La melancolía de vivir para el sexo
Resulta interesante comparar las dos versiones de “Nymphomaniac: Parte I”, la primera entrega del esperada drama dirigido por el polémico Lars Von Trier, que se están exhibiendo en Lima (la versión corta, de 117 minutos, en varios cines; la larga, de 145, únicamente en la Sala Arte de UVK Larcomar). Y lo decimos porque, si bien ambas versiones parten de premisas idénticas, son las pequeñas diferencias las que permiten armar un juicio de valor distinto.
“Nymphomaniac…” cuenta la historia de Joe (Charlotte Gainsbourg en su edad adulta, Stacy Martin en su juventud), una mujer que se reconoce como una ninfómana. Ella es encontrada golpeada y maltrecha en la calle por Seligman (Stellan Skarsgard), un soltero que no tiene, al parecer, mayor interés por el sexo. Desde un principio, Joe se reconoce como una mala persona, y la historia que cuenta, y que vamos viendo a punta de flashbacks, es una justificación de lo que piensa sobre ella misma.
Se trata de un juicio de valor negativo, sin duda, pero que en la película nunca se ve de esa manera. Porque Von Trier no está interesado en juzgar ni en subrayar las acciones de su personaje. Un espectador ansioso podría pensar que, al entrar a ver una película con el título de “Nymphomaniac”, se encontrará con una cinta plagada de situaciones sexuales. No es que no las haya, pero al realizador danés no le interesa mostrar el lado visceral y gozoso del sexo. En la propuesta de Von Trier no hay espacio para la diversión, sino más bien para los procesos que llevan al sexo, para los juegos y manipulaciones de su personaje para conseguir lo que quiere.
Al ver la película, uno se pregunta si Joe es de verdad una ninfómana. Porque a ella, tanto como el sexo, parecen importarle los ritos, los juegos de seducción, su propia capacidad de poder. Ella disfruta de los detalles, de aquellas cosas simples que permiten una cercanía sexual con la persona de su interés. Ya sea servirle el desayuno a su jefe (Shia LaBeouf) todos los días, o salir a caminar por un parque, o utilizar una técnica de puro azar para saber con que amantes se queda y a cuales rechaza (y de que forma), Joe disfruta del rito, del juego, de la construcción de situaciones que van acercándola al sexo.
Tal enfoque le da a la cinta una dimensión de cuento moral: Joe va analizando sus propias acciones, siempre encontrando analogías con la naturaleza y con elementos más orgánicos, como si tales situaciones formaran parte de su propia naturaleza; una a la que está condenada y que ella debe aceptar.
Y Von Trier filma esas situaciones con una cámara en mano atenta a las acciones, manteniendo un estilo realista que nunca juzga ni subraya, sino que deja que las situaciones, por más dolorosas, duras, grotescas y dolorosas que sean, tengan siempre un costado natural y espontáneo, en el que el humor, a través de una fina ironía, se va colando siempre. Pero ese estilo también resalta esa mirada casi resignada del propio personaje sobre su vida y sobre su naturaleza, lo que da espacio a una melancolía profunda. Lo que vemos es la historia de Joe; una historia en la que abunda el dolor y la manipulación, elementos que el propio personaje ve inherentes a ella.
El amor, aquel elemento que podría romper el costado triste de la naturaleza de la mujer, también hace su aparición. Pero el sino melancólico y trágico de Joe quizá sea más fuerte que el más placentero de los sentimientos.
¿Cuáles son las diferencias entre la versión corta y la larga?
Pues que en la corta los méritos señalados se amplifican gracias a una narración más concisa y directa.
La versión larga deja ver al Von Trier megalómano, aquel que no se puede guardar una serie de metáforas entre lo que cuenta Joe y la pesca, y que son explicada en largos diálogos por Seligman, dándole una pomposidad innecesaria a la propuesta.
Rodrigo Bedoya
Nota: este artículo apareció, con algunas variaciones, en la edición del diario El Comercio del 22 de marzo de 2015.