La usurpadora

 

Veo una película que perseguía hace mucho tiempo: La usurpadora (Back Street, 1932), de John M. Stahl.

Melodrama ejemplar, verdaderamente canónico. Pocas películas encarnan tan bien las esencias de un género: el destino trágico de los protagonistas; su relación pasional expuesta sin moralina; la condición sometida de la mujer, en eterna espera; la doble vida del amante, desdoblado en sus afectos; la descripción de un medio social curioso e intolerante; el paso del tiempo que no logra erosionar el deseo.

Pero no solo importan los temas o motivos melodramáticos. Es el tratamiento cinematográfico de Stahl el que impone la emoción. Ajeno a cualquier exceso o barroquismo, siempre sereno y atento a la observación, observa los gestos de ilusión que se transforman en rictus de decepción; la languidez de la mujer expectante (la formidable Irenne Dunne); el tiempo que crea tensiones entre los amantes; los rituales de la separación y del reencuentro.

El melodrama es aquí el arte de la espera y el silencio, de la elipsis y lo no-dicho.  Y de la sobria emoción.

Ricardo Bedoya

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