Sobre un viaje a Chile: el Cineplanet de aquí y el de allá

Estuve unos días en Santiago de Chile. Fui a presentar un ciclo de películas peruanas que elegí para ser exhibido en un singular evento que “maridó” el cine y la gastronomía.  

Durante cuatro días, en el auditorio de la Fundación Cultural Providencia , con la producción de Carolina Pita,  se vieron,  con mucho éxito,  Raccaya-Umasi, de Vicente Cueto; Mecanismo velador, de Diego Vizcarra; Las malas intenciones, de Rosario García Montero;  El espacio entre las cosas, de Raúl del Busto; El evangelio de la carne, de Eduardo Mendoza; Retrato peruano del Perú, de Sofía Velásquez y Carlos Sánchez Giraldo; El otro cine, de Sofía Velásquez  y  Javier Becerra, y Paraíso, de Héctor Gálvez.  

Una oportunidad para conversar sobre las películas, difundirlas y conectarlas con nuevos públicos.

Aquí pueden escuchar una conversación que mantuve al respecto con Héctor Soto, Alberto Fuguet y Matías del Río en el programa Terapia Chilensis, de Radio Duna de Santiago: http://www.duna.cl/programas/terapia-chilensis/2015/06/05/la-once/

Durante el viaje pude ver tres películas chilenas: El club, de Pablo Larraín, El bosque Karadima, de Matías Lira, y La once, de Maite Alberdi.

El club es una película sólida, personal  y con una excelente dirección de actores. Pero es también un ejercicio de misantropía, manipulación emocional y ensañamiento sistemático con personajes que, teniendo un pasado repugnante, están ahí para recibir golpe tras golpe por obra y gracia de un guion inflexible y determinista. El trabajo visual, con un formato anamórfico que distorsiona algunas zonas del encuadre y un tratamiento del color de paleta fría, congelada, acentúa el costado hostil e inclemente que se impone en la película.

El club dará mucho que hablar si la programa, como es de esperar, el Festival de Lima.  Entonces volveremos sobre ella, luego de verla una vez más.

El bosque Karadima narra, de modo aplicado y convencional, un caso sensacional y doloroso: el del cura Fernando Karadima, párroco en un barrio de la clase alta santiaguina, pedófilo contumaz, delincuente avezado y personaje verdaderamente monstruoso.

Gran éxito de público, la película es solvente en la realización y dura en la denuncia, pero nunca logra sacudirse de un tratamiento rutinario.

La once (un chilenismo que designa el rito de tomar el lonche) muestra a un grupo de ancianas que se reúne una vez por mes para conversar y recordar episodios de una amistad que se remonta a más de seis décadas atrás, desde los días del colegio. Hasta que perciben que el grupo va mermando, que cada vez son menos. L a película empieza como una celebración del pasado; luego, se extiende a registrar la nostalgia por los proyectos que quedaron truncos en la vida de cada una de esas damas, hasta que todo desemboca en una elegía por la amiga que se fue.

Los primeros planos sobre los rostros de las interlocutoras dan cuenta de esos personajes atrapados en sus burbujas de memoria. Un buen documental en el límite de la acción reconstruida, con ocuaces señoras representándose a sí mismas.    

Al regreso de Chile leo algunas opiniones que vale la pena discutir.

Por ejemplo, las declaraciones del  Gerente General de Cineplanet, que pueden leer aquí:  http://semanaeconomica.com/article/servicios/comercio/161821-cineplanet-el-cine-sigue-siendo-un-entretenimiento-barato/

Repite la monserga de siempre.  “Para las películas comerciales, las características más importantes son el diálogo fácil [de entender], un desenlace casi conocido a la mitad de la película, que la película no sea muy larga y que tenga un final feliz. Eso es lo que le gusta al público peruano promedio y en general”

En otras palabras, el público peruano adolece de limitaciones cognitivas severas que le impiden sostener la atención,  le dejan en babia ante lo que escucha (y,  al parecer, también ante lo que lee, a juzgar por el volumen creciente de películas dobladas que estrenan), le impulsan a reaccionar solo ante lo previsible y a sonreír con gesto beatífico en los happy end.

Ni una palabra sobre el generoso modo en que su empresa contribuye a eso. Es decir, a convertirnos en seres cada vez más estúpidos.

Pero no vale la pena insistir en ello.

Lo que quiero contar es mi experiencia en algunas salas de Cineplanet de Santiago de Chile. Es decir, la empresa peruana que está teniendo un gran crecimiento por allá.   

Vi El club, El bosque Karadima y La once en tres salas del complejo Cineplanet ubicado en Costanera Center, en Providencia. Es decir, en una zona residencial y financiera. El “Sanhattan”, como le llaman.   

Dos cosas me llamaron la atención.

La primera: nunca circuló sobre mi cabeza un combo de cancha y gaseosa traficado en medio de la proyección.

La segunda.  El ejemplar trato ofrecido a las películas chilenas por parte de la empresa peruana.

¡Qué envidia! ¡Qué diferencia con el plantón recibido por El espacio entre las cosas o Climas en su propio país!

Y ninguna de las películas chilenas que vi era de “diálogo fácil”,  desenlace conocido ni demás boberías.

Por el contrario: El club es cine de autor ortodoxo, denso, exigente, incómodo, con un final que deja al público entre desconcertado e inquieto. Y  ya está en su segunda semana de exhibición, y en cuatro funciones diarias.

Pero más sorprendente aún: Cineplanet  anuncia para el 18 de junio el estreno exclusivo de Invierno, de Alberto Fuguet  (ver aquí: http://www.inviernolapelicula.com/), una película de 240 minutos que veremos muy pronto en Lima (pero no en Cineplanet, por supuesto)

Vi el tráiler tres veces, en cada una de las funciones a las que asistí.

¿Se imaginan la reacción de la peruanísima cadena Cineplanet ante una película peruana de “autor” que dure 240 minutos?

¿Ustedes creen que el Alcázar, por ejemplo, la programaría?

¿Creen que una película así recibiría una cobertura publicitaria equivalente en la sala?  

¿Qué explica esa diferencia en el trato de la misma empresa en un (en su) país y en el otro?

En Chile no existe “cuota de pantalla” ni ningún otro recurso proteccionista. Solo un acuerdo entre los cineastas y las cadenas para lograr un mínimo de tiempo de exhibición en las pantallas.

Y tienen una conciencia clara de que el cine es una industria creativa que merece respeto y visibilidad.

Una conciencia que es compartida entre cineastas y exhibidores.

Y la lógica de programación de las multisalas en Chile (así sean peruanas en su origen) respetan un “sentido común”, una convicción que no requiere estar escrita en un texto legal: las películas están hechas para ser vistas por el publico y en las mismas condiciones que cualquier película extranjera.

Por eso, aunque coincido con muchas de las apreciaciones de Laslo Rojas en el artículo publicado en Cinencuentro ( http://www.cinencuentro.com/2015/06/08/sobre-ir-al-multicine-y-ver-peliculas-en-el-peru/), tengo algunas discrepancias.

Es verdad que los multicines son espacios concebidos para rentabilizar todo: desde el tiempo de permanencia del espectador en la sala hasta su consumo de comestibles, los más caros de la ciudad.

Pero un mínimo de racionalidad y sentido de la convivencia exige que las transacciones no se hagan con la luz apagada, entre linternas cegadoras, y con la película iniciada hace veinte minutos.

Tal vez a muchos espectadores no les importe ser perturbados y prefieran el delivery.  Así como tampoco les preocupe colarse en la fila del Cineplanet.

Sí, tal vez no importe, pero resulta un problema cuando se “normaliza” el caos, estimulado por la propia empresa. Un caos de mercachifle que Cineplanet alienta en el Peru, pero que no se atreve a propiciar en otro país.     

“No creo que el multicine sea el lugar ideal para esperar ver ese “otro cine”, el peruano o de otras procedencias.”, dice Laslo.

En efecto, tal vez no sea el espacio “ideal” para ver el “cine de autor” peruano, pero es aún un espacio necesario. 

Nadie discute la urgencia de hallar canales alternativos, plataformas distintas y espacios adicionales para las “otras” películas peruanas. Pero esos, por ahora, son lugares minoritarios que solo pueden generar beneficios residuales y reducida exposición para las películas.

Tal vez, en el futuro próximo, eso cambie. Pero aún no lo ha hecho.

Las salas públicas son espacios de encuentro (dentro de malls de asistencia masiva) y lugares que aseguran visibilidad para las películas. Y las que generan ingresos.

No es posible concentrar en un gueto -elitista a todo dar-  a todo el cine peruano que no aspire a difundirse como ¡Asu mare! Ni confinarlo a ser visto solo por las personas que cuenten con los dispositivos electrónicos para ello.

Laslo Rojas dice: “las empresas exhibidoras han dejado de considerar al “cine peruano” como una categoría única. Para los multicines las películas peruanas ahora son o “películas de géneros comerciales” o “el otro cine”, tal como subdividen al resto de películas de otras latitudes. Para bien o para mal.”

¿No será más bien que las categorías son ahora dos: ¡Asu mare! y las “otras”, teniendo en cuenta la asistencia decreciente de las películas de género (comparen las cifras de Cementerio general y las de La entidad o Poseídas).

Me temo que la experiencia de Laslo, provisto de pantallas múltiples entre las que reparte su atención mientras ve películas, convertido en una reencarnación de Mabuse y sus mil ojos, no sea la usual ni la más extendida entre los peruanos.

Hay que adaptarse a los nuevos tiempos. Sí,  claro. Es indispensable hacerlo. Pero sin renunciar a que cada película –aun las que carezcan de happy end– busque su propio público, intente obtener beneficios económicos y se lance al mercado para competir, aun corriendo el riesgo de estrellarse contra él.

Y sin renunciar tampoco al derecho a la protesta cuando ocurran esos atropellos usuales entre nosotros, pero que en Chile no parecen ser tan frecuentes.

Ricardo Bedoya

2 thoughts on “Sobre un viaje a Chile: el Cineplanet de aquí y el de allá

  1. Saludos Ricardo desde Chile. No sé que imagen “buena” te habrás llevado de Cineplanet y de multisalas en Chile, lo cierto es que distintas asociaciones y plataformas tendrían nota a pie que agregar sobre el trato de multisalas a cintas chilenas, la desigualdad del trato y el poco cuidado que se tiene por ellas, siendo el gremio distribuidores/multisalas los principales opositores a la cuota de pantalla y al avance de la industria local. No deja a su vez de ser un hecho factual y concreto que la pelea sigue estando acá entre majors y salas de cine independientes, donde las segundas han exigido mayor fortalecimiento de su circuito, luego de una larga lucha también en ese aspecto. El fondo, lo que se abrió acá es el tema formación de audiencias, cuestión que proyectos como MIRADOC que ha realizado un sólido trabajo de base, tendrían algo que decir.

  2. Hola Ivan

    Solo he contado la impresión que tuve en mis tres visitas a Cineplanet y el trato que le daba la cadena Cineplanet a esas tres películas que menciono y que estaban en la cartelera de Santiago. Y lo he comparado con lo que ocurre en el Peru y con las películas peruanas. Y la diferencia es enorme.

    No pretendo trazar un panorama idílico de la exhibición en Chile porque no lo conozco más allá de esa mirada de turista. Y porque los panoramas idílicos, en este campo, no existen. Los problemas de fondo son los mismos en Chile, en Perú y en toda América Latina. El gremio de distribuidores/multisalas se oponen a la cuota de pantalla aquí y allá, y estoy seguro que la desigualdad en el trato con las películas chilenas es persistente. Pero aquí no solo es persistente; es endémico.
    Aquí no tenemos un circuito de salas independientes, como lo tienen ustedes, y poco se hace para la formación de audiencias. Esas son experiencias que deberíamos mirar con atención.

    Gracias por tu mensaje.

    Ricardo Bedoya

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