Laura Antonelli (1941-2015)

Fue la fantasía erótica más exaltada de nuestra generación, la de los aprendimos a conocer las cosas del mundo, del demonio y de la carne en los años setenta.

Por entonces, solo Ornella Muti podía competir con ella.

Pero, a diferencia de Ornella, Laura tenía una belleza clásica, de rasgos intemporales.

Malizia, de Salvatore Samperi (1973), la convirtió en radiante objeto de deseo. Visconti, en El inocente (1976), la esculpió en mármol.

Y es que Luchino, esteta consumado, supo ver en ella la encarnación de ese ideal femenino que también halló en Claudia Cardinale. Una belleza terrestre, opulenta pero sin desbordes fellinianos, como los de Sandra Milo, favorita de Federico. De facciones armónicas, pero sin parecer congelada, como Silvana Mangano. De presencia imponente, pero sin la arrasadora coquetería de Gina Lollobrigida. Italiana esencial, pero no de acentos y andares populares, como la Sophia Loren de Vittorio de Sica.

Se puso en la línea de sucesión de una tradición, la de las “maggiorate”, esas actrices de formas contundentes que identificaron al cine italiano desde los años cincuenta, en el post-neorrealismo

En su momento de gloria, los años setenta, apareció en películas estetizantes (como Divina criatura, Patroni-Griffi), pero también en comedias “a la italiana”, como Dios mío, qué pecado, de Comencini, o Sexo loco, de Dino Risi, y en otras que fueron pervirtiendo esa gran tradición.

Está inolvidable en El mirlo macho, de Festa Campanile (1971), junto con Lando Buzzanca.

Ni Agostina Belli, ni Monica Bellucci, ni Gloria Guida, ni Edwige Fenech, ni Serena Grandi, ni tantas otras, prevalecerán sobre ella.

Ricardo Bedoya 

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