Al inicio de NN, una secuencia nos coteja con el desempeño de una rutina profesional que, de pronto, enfrenta lo inesperado. Un grupo de antropólogos forenses halla unos restos humanos que no aparecen referidos por los informantes de una tumba clandestina.
La frontalidad del encuadre, la luz neutral, la simetría de un lugar austero, la cadencia de la sucesión de los planos siempre descriptivos y ajustados, como queriendo duplicar el caracter notarial de la diligencia, lucen una apariencia documental. Evocan Fernando ha vuelto (1998), de Silvio Caiozzi, donde asistimos a la reconstrucción de un cuerpo y a la determinación de su identidad.
Pero en NN no existe un Fernando identificable. Solo quedan polvo y algunos huesos que buscan ser articulados entre sí.
Son los restos del octavo pasajero, anónimo e inesperado, de un sepulcro como tantos otros en el Perú de los años ochenta. Asesinado en el conflicto armado interno, desaparecido y enterrado de modo subrepticio, los restos de un hombre salen a la luz. Entre la ropa raída aparece la foto de una mujer joven. Es el único indicio para identificar al NN. Dentro del esquema narrativo de la película, ese hallazgo es el elemento que impulsa la acción y le da un derrotero.
La foto encontrada es un vestigio, un objeto de memoria, como los propios restos humanos, que remite a dos experiencias. La individual, de un sujeto que murió llevando en el bolsillo la imagen de una mujer, acaso amada, y la colectiva, de los NN que recibieron un tiro en la nuca y fueron abandonados en una fosa común.
A diferencia de Paraíso, la película anterior de Héctor Gálvez, marcada por la impronta del neorrealismo, NN es como un thriller desestructurado, de trámite imposible, que diluye sus propias premisas. La búsqueda de una identidad –ya no importa el asesino- lleva al investigador a una pesquisa introspectiva. La película, en su transcurso, se convierte en un viaje a ninguna parte.
La trayectoria del forense prolonga la búsqueda del personaje de Sara, una de las protagonistas de Paraíso, la joven que quiere conocer la identidad de su padre biologico y busca pruebas de su filiación. Intenta hallar un indicio, acaso una foto, que registre su parecido físico con el padre desconocido. Empeño inútil, aunque imprescindible, como en NN.
Fidel (Paul Vega), es el jefe del grupo de antropólogos forenses. NN es el retrato de su personaje y la crónica de su deriva emocional. Situadas frente a él, dos mujeres se convierten en polos del relato.
Una, Graciela (Antonieta Pari), es visible y pretende encontrar el cuerpo de su marido desaparecido: tal vez esos huesos sean los del hombre que ha buscado por años. La otra mujer, la de la foto, se mantiene ausente; es una huella.
En el camino, la investigación del forense se revierte. En vez de proyectarse hacia afuera, de modo expansivo, gracias al seguimiento de los hilos narrativos apuntados, la narración se abisma, gira en torno de las incertidumbres del personaje principal, de su progresiva obsession y su familiaridad con la muerte. La imagen de las prendas sacadas de la tumba, de las que caen polvo y pequeños huesos adquiere un valor simbólico, aunque nunca se enfaticen los sentidos apuntados: después de la guerra solo han quedado identidades extraviadas, memorias sin consuelo y trayectorias que se pulverizan.
El tratamiento formal de NN se ajusta a esa pesquisa desmayada y adquiere acentos densos, oscuros. Como esa imagen del centro de Lima aplastado por una niebla pesada y asfixiante.
Marcando otra diferencia con Paraíso, NN apuesta por el hieratismo. Los encuadres son estables y se prolongan más allá de su estricta necesidad narrativa. Dan cuenta de esa atención minuciosa por el trabajo de los forenses, pero también de su fijación con el pasado y la muerte, que los mantiene prendidos, como imantados a ella; predominan los encuadres cerrados sobre los rostros, privilegiando los gestos de incertidumbre (Vega), de expectativas desgastadas y sin ilusiones (Pari), o de desencanto cínico, o de cinismo desencantado (Lucho Cáceres, bien como siempre); la escenografía está casi oculta por un estilo fotográfico de permanente clave baja, con una paleta cromática que rehúye la saturación. La foto tiende al claroscuro y privilegia las atmósferas densas, con luz proyectada sobre determinadas zonas del campo visual. Notable trabajo de Mario Bassino.
El centro de gravedad de NN es, sin duda, la actuación de Paul Vega. Su juego contenido e interior. Su presencia casi espectral. Su silencio. Su gesto anonadado.
¿No es acaso él mismo un NN más? Un ser fantasmal que se mueve entre datos inciertos y presunciones que se desvanecen. Alguien que no puede demostrar sus hipótesis y lleva una vida de desarraigo, apegado a la muerte. Un funcionario que viaja por el mundo en un empeño desacreditado por los poderes públicos que intentan borrar la memoria de las violencias pasadas de las que fueron cómplices. Es el hombre que busca la verdad -siendo, por eso mismo, un perdedor y un solitario- y se convierte en el antihéroe que relativiza hasta los principios éticos de su profesión.
Antes que urdir tensiones, la película prefiere disolverlas, o mantenerlas latentes o irresueltas. El montaje final –distinto del que vimos cuando la película se proyectó en el Festival de Lima de 2014- visibiliza y condensa las alternativas éticas de Fidel en su trato con Graciela -la aproxima a él y la transforma en una persona semejante, con la que comparte desde las dudas más íntimas hasta la necesidad del consuelo- y con los principios de su profesión, manifiestos en el debate sobre la “crueldad” en el trato con los familiares de los desaparecidos que mantiene el grupo de antropólogos durante su estadía en la sierra. De modo neto, la película renuncia a revelar la “verdad” de los hechos o la identidad del desaparecido. Las demandas de Graciela reciben una respuesta incruenta, un trato amable, aunque el expediente del NN mantenga un aura de indeterminación.
Los indicios nunca se convierten en evidencias y la trama de la película suma imposibilidades. La verdad es inasible; el consuelo es una construcción piadosa; la memoria resulta hechiza; la identidad es un misterio. El duelo nunca acaba.
NN es la mejor película peruana en lo que va del año.
Ricardo Bedoya
(Esta nota toma como punto de partida el comentario sobre NN contenido en el libro El cine peruano en tiempos digitales)
Discrepo con la última afirmación porque para mí NN es la mejor película peruana, no solo del año, sino de los últimos años. Incluso es mejor que “Paraíso” la ópera prima del propio Galvez. Otra cosa es que haya sido subestimada, como siempre sucede cuando una película del medio trata sobre temas oscuros o incómodos y no logra premios de relevancia en festivales. Es paradójico, además, que mientras la película se empeña en no poner énfasis en el contexto político y en la denuncia, la gente la rehuya por esos mismos motivos, es decir, por la política y la intolerancia que denota un trasfondo ideológico. Hay un prejuicio generalizado cuando se trata sobre la guerra interna que llevó a que la obra de teatro “La cautiva” y el documental “Tempestad en los andes”, que ni siquiera fue estrenado comercialmente, fueran acusadas de hacer “apología del terrorismo”.
Mas bien felicito a UVK por la forma en que están promocionando las películas peruanas que no tienen la difusión de “Asu mare” y otras por el estilo.