Ella y él

Ella y él vuelve a dramatizar los asuntos de pareja, sus tensiones, desencuentros y reconciliaciones, que son preocupaciones constantes en el cine de Frank Pérez Garland desde sus primeros cortos.

Y como en Un día sin sexo y su episodio de Cu4tro centra la puesta en escena en el trabajo de los actores.

Los aciertos de la película se concentran ahí: en los desempeños de Vanessa Saba  y Giovanni Ciccia, exigidos por una cámara que no se separa de ellos y por un relato que los coloca como protagonistas de estas escenas de la vida en pareja. Porque esa es la trayectoria que sigue la película. Acumula esbozos, apuntes, retratos de las crisis o crispaciones cotidianas. Saba, que es una actriz de temple, pasa de la languidez a la extrañeza ante el comportamiento de Ciccia, que juega al relajamiento juguetón y a la furia inesperada. Ellos sostienen la película. Los apoyan, con notable seguridad, Gianella Neyra y Lucho Cáceres.

¿Pero qué falla en Ella y él?

En primer lugar, se siente el peso de la impostación en los diálogos. Aquí no se representan los “tiempos muertos” de la vida en común. Se tratan, como separados por capítulos,  los “grandes temas” de la pareja: el divorcio; la infidelidad; el desgaste de la relación amorosa; el peso de la rutina; la influencia de los “modelos” paternales. Y cada uno de ellos da lugar a reflexiones conceptuosas que supeditan la fluencia de la acción. Hay un exceso retórico que Pérez Garland evitaba en sus cortos previos, de líneas más simples y directas, o acaso banales, ajustadas a la cotidianeidad de una pareja que discutía si Rambo podía ganarle a Rocky (como en No eres tú).

En segundo lugar, esa carga lleva a la sensación de líneas sobre escritas, que restan frescura a lo coloquial y nivelan el estilo de todos los diálogos. Aquí no hay peculiaridades en la dicción o en el léxico de cada uno de los personajes. Todos parecen recurrir al mismo vocabulario y al mismo tipo de elocución. Ahí están, por ejemplo, las declinaciones del verbo “bancar” a las que apela más de un personaje.

Eso golpea a una película sustentada en sus diálogos. Más aún cuando el tratamiento visual no potencia los desequilibrios sentimentales. Todo está presentado con una extrema funcionalidad, casi ilustrativa, de planos-contraplanos, sin que los ambientes adquieran un verdadero peso dramático, como sí ocurría con el departamento desolado de Cu4tro.

Ella y él  puede verse como un ejercicio de síntesis de lo realizado antes por Pérez Garland (me refiero a sus películas más personales y no a La cara del diablo), interesado por los filmes de cámara, concentrados, de encuadres cercanos y permanente oralidad. En ellos vemos a parejas de las clases acomodadas limeñas que ven, con inquietud, que los años pasan, se avecinan los cuarenta, y el tiempo se lleva las seguridades afectivas.

El director anuncia su próximo proyecto: un musical que empieza dentro de pocas semanas. Que ese género, aireado y jubiloso, lo abra a nuevas posibilidades.

 

Ricardo Bedoya

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