“Como en el cine”, la primera película de Gonzalo Ladines, es un inicio prometedor, anunciado ya por los cortos del realizador (“Rumeits”, “Los niños”, entre otros) y por su intervención creativa, junto con Bruno Alvarado, en la serie “Los cinéfilos”, que se puede hallar en la red.
Los aciertos de “Como el cine” se hallan en esos retratos de personajes excéntricos, volubles y contradictorios que va trazando. Los protagonistas son tres amigos (Manuel Gold, Pietro Sibille y Andrés Salas) que intentan cumplir la fantasía postergada de su carrera universitaria: hacer una película, esa asignatura que dejaron pendiente. En el camino surgen mil tensiones, pero la gracia de esta comedia de acentos neuróticos proviene del carácter lunar de sus protagonistas, esos seres aniñados, apocados e inseguros en su relación con las mujeres.
Es lo que le interesa al director: crear personajes que apuesten a las paradojas del humor. Ilusos, parlanchines y torpes en su relación con la vida, resultan cómicos en su confusión. La película dosifica una seguidilla de situaciones desventuradas que llevan consigo cuotas de diversión y patetismo. La hilaridad nace aquí del contraste antes que del delirio bufo. A más gravedad y angustia, mayor es la gracia, como ocurre con el personaje más atractivo de la película, encarnado por Gisela Ponce de León: cuanto más refunfuña, tanto más humorística es su participación.
El cine peruano de los últimos años ha retratado a jóvenes de diversos temperamentos y extracciones. Están los de las películas de Eduardo Quispe (“1”,”2”,”3”,”4”,”5”), en permanente deriva por una Lima ajena para todos; los de Juan Daniel Molero en “Videofilia, y otros síndromes virales”, en trance de disolución en el mundo de la red; los de Rafael Arévalo en “Biopic” y los de Enrique Méndez en “Algo se debe romper”, abrumados por la mirada de los otros, sus compañeros generacionales. Los de Ladines, clasemedieros y casi rozando la treintena, viven en un estado de regresión crónica hacia tiempos que evocan como mejores.
Remiten, por eso, en el tono risueño, pero también nostálgico y una pizca desencantado, al talante de los protagonistas de algunas películas hechas durante los primeros años de la democracia española, en la línea de las cintas iniciales de Fernando Colomo y Fernando Trueba. Retratos grupales y generaciones en las que se vuelca una sensibilidad contemporánea, con abundancia de guiños amicales, chistes privados, proyecciones personales, alusiones cinéfilas, autoironía, referencias “faltosas”, modos y giros verbales propios de una clase social muy precisa, y desenfado en los diálogos. Otro punto en común: la asimilación a una tradición de guionistas de comedias que, en línea retrospectiva, van desde Allen hasta Wilder y Brackett, especialistas en diálogos filudos, a la que Ladines podría añadir a Judd Apatow.
Una diferencia sustancial con aquellas películas españolas: aquí no hay política ni sátira al mundo “progre”, como en Colomo. Los personajes de “Como en el cine” son pasotas limeños, despreocupados de las tensiones del entorno político y social (característica compartida con otras películas, muy distintas entre sí, sobre jóvenes limeños)
Pero esa focalización en el retrato de grupo afecta al conjunto de la película. Los ánimos cambiantes de los protagonistas tienen más peso que el desarrollo de las acciones, un tanto previsibles. Las habilidades del guionista Ladines aportan frescura, pero apuestan al pase corto, a la acumulación de escenas, a la sucesión anecdótica de hechos antes que a la construcción de un relato con posibilidades de imbricar y hacer crecer los elementos que están apuntados en la historia: confusiones, amistades, romance y crecimiento de un grupo.
A pesar de esas debilidades narrativas y de la funcionalidad del tratamiento, “Como en el cine” descubre a un director con una idea clara del cine y con un estilo reconocible. A esperar con interés las próximas películas de Gonzalo Ladines.
Ricardo Bedoya
Es una película que basa su atractivo en los diálogos y en las actuaciones de los protagonistas. Sobre todo en la de Manuel Gold quien parece interpretarse a sí mismo. Y es que hacer una película de cine dentro del cine, cuyos protagonistas son egresados de la Universidad que viven todavía en el limbo, no es tan complicado como parece. El mérito es haberla dotado de un humor que contrasta con las situaciones que se suponen dramáticas y que se ríe de su propia condición burguesa delante y detrás de las cámaras.
Pero visualmente no se ve mayor aporte del que ya hemos visto en las películas de la Marca Perú de las cuales esta película, sin embargo, marca evidente distancia. En ese sentido los cineastas que Bedoya menciona como contemporáneos temáticos con Ladines, es decir, Quispe, Arévalo, Mendez y Molero, fueron mucho más creativos a pesar de las limitaciones financieras.
“Visualmente no se ve mayor aporte del que ya hemos visto en las películas de la Marca Perú”, debería decir “”Visualmente NO VI mayor aporte del que ya hemos visto en las películas de la Marca Perú”. Sí hay un estilo visual y una progresión de tomas que aportan significado a la historia.