La cumbre escarlata

“La cumbre escarlata” decepciona. Sin duda es la película de un cineasta sólido, que sabe lo que hace y tiene un apego especial por los climas fantásticos y por el carácter novelesco de sus historias. Y aquí suma un trabajo excepcional de dirección artística: el diseño de esa mansión poseída y decadente que se convierte en el personaje central de la historia, más vital y nutrido que los lánguidos protagonistas encarnados por Mia Wasikowska, Tom Hiddleston y Jessica Chastain.

Por eso, los momentos fuertes de “La cumbre escarlata” coinciden con los del descubrimiento del lugar, los recorridos de la señora Cushing por sus pasillos y las atmósferas de descomposición que emanan de ellos. Episodios climáticos que logran sortear las dos trampas en las que cae Guillermo Del Toro en el resto de la película: las de la ornamentación virtuosa, pero aplicada y caligráfica, y la del guiño culto y el fetichismo de la cita.

Si la historia nos conduce al desborde pasional (el primer amor de la joven virginal y ensimismada en sus fantasías literarias; la relación incestuosa que lleva al crimen), las imágenes se mantienen al resguardo de cualquier turbulencia. La belleza de la casa apunta al misterio, pero lo que ocurre en ella se mantiene encorsetado, distante de cualquier exaltación romántica, con personajes que jamás llegan a inquietar. La referencia a la casa de Usher no pasa de ser  una referencia ilustrada: carece de la potencia de la adaptación de Corman, ese festín cromático, tanto como de la poesía mórbida de la versión de Jean Epstein.

Romanticismo congelado; melodrama pasional de papier maché; personajes que se desvanecen mientras explican los hechos elementales de la intriga (el personaje de Chastain “debe” decir lo que contiene la bebida que le da a Mia) y un cargado catálogo de referentes fílmicos, todos puestos ahí, uno al lado del otro, como en colcha de retazos. Desde los más obvios (“Rebeca”, “Notorious”, “Jane Eyre”) hasta los de cinefilia de trivia: los filmes de Terence Fisher; el guiño a Peter Cushing; la frase extraída de “Caminé como un zombi”; “Los magníficos Amberson”, entre otros que van desde Kubrick hasta Robert Wise.

¿Y qué decir del final?: el melo gótico se convierte en folletín truculento.

Ricardo Bedoya

 

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