No estamos solos y El último verano

Como se sabe, No estamos solos cuenta la historia de una familia (padre, la mujer del padre y una niña de ocho años, interpretados por Marco Zunino, Fiorella Díaz y Zoe Arévalo) en una vieja casona en la que se producen ruidos y apariciones extrañas. El dato dramático más relevante es el acercamiento que se va produciendo entre la niña y , inicialmente reacia a aceptar a la pareja de su padre, y la que hace las veces de una segunda madre. La cadena de sobresaltos culmina con la mujer poseída por un ser maligno y un exorcismo aplicado por un cura a cargo de Lucho Cáceres. Básicamente, como se ve, la misma historia que se ha contado repetidas veces a partir de El exorcista.

¿No es legítimo volver a contar una misma historia si esta resulta eficaz?  Claro que lo es y la historia del cine es pródiga en la vuelta a las historias conocidas, incluso al nivel del esquema, de la cuadrícula argumental. Pero no estamos simplemente ante la repetición de una historia porque no vemos historias en las películas. Lo que vemos son relatos, es decir, historias tratadas cinematográficamente. Es en este punto donde las películas valorizan, potencian, transforman o deforman la materia argumental. Y es, asimismo, aquí, en el tratamiento que No estamos solos no aporta absolutamente nada. Es simplemente una repetición con actores locales de un material convencional que se sostiene en una mínima corrección y en el ensamblado progresivo de sustos. A eso se está reduciendo los empeños de cine de terror en el Perú. A la mecánica de los sacudones.

Evidentemente, el nivel de exigencia del público peruano es muy bajo, pues la cartelera local abunda en relatos de terror, algunos de los cuales tienen  un nivel de calidad bastante alto. El último especialmente destacable que se ha visto en Lima hace muy pocos días es Hijos del diablo(The hallow), una producción irlandesa. Con lo cual se demuestra que el terror es uno de los géneros más ricos y prolíficos, y que  entre nosotros se viene haciendo de la manera más basta y rutinaria.

Aunque la propuesta de El último verano pueda parecer sofisticada al lado de No estamos solos, el resultado es aún peor. Se pueden copiar los mecanismos narrativos del terror, pero es mucho más difícil y complicado hacerlo con los de la comedia dramática, cuando no hay condiciones de afrontar el género de manera personal. El último verano cuenta la historia de un profesor universitario, Antonio Arrué, también productor de la película, que se ve acusado de acoso sexual a una alumna (Vania Bludau) al tiempo que descubre que su mujer lo engaña. La intervención de quien aparece casi como una hada en su vida, Anahí de Cárdenas, terminará por salvarlo de la depresión y la inclinación al suicidio.

Prácticamente todo lo que se ve (no hay escena que se salve) roza lo grotesco y lo ridículo, pero hay una escena de antología, de esas que pueden armar un collage con lo peor del cine peruano: la de Vania Bludau sobre la mesa “seduciendo” al desconcertado profesor en un plano que no deja ver todo lo que el espectador quisiera ver, pero sí ofrece de manera casi amplificada la voluptuosa anatomía de la modelo que, para decir lo menos, parece poner todo de su parte para que ni el más intonso pueda creer que eso es un verdadero intento de seducción.

Isaac León Frías

 

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