Su principal virtud es la de la urgencia.
A la manera del “agitprop”, la película de Fernando Vílchez “irrumpe” mezclando materiales de archivo, testimonios, comentarios, el registro de una “performance”, e imágenes “en caliente” grabadas hace apenas cuarenta y ocho horas.
Es un filme de “intervención”, agitación y propaganda y se exhibe como tal.
No intenta transitar por las vías del documental creativo ni seguir las vertientes del cine de “no ficción” al uso. Aunque el director-narrador ponga su voz y evoque la experiencia de su generación -la de los estudiantes insumisos de fines de los años noventa-, este no es un cine del “yo” expuesto.
Impone, más bien, una apelación directa al “nosotros”; los que enfrentamos una elección política crucial.
La memoria es el asunto central de la película. Mejor, su propósito es refrescar memorias adormiladas y perturbarlas. Y como siguiendo los caminos que transitan los recuerdos al actualizarse, se organiza de modo fragmentario y en un vaivén permanente: las imágenes del golpe de 1992 dan paso a la exposición de los hechos bárbaros del Grupo Colina, de las esterilizaciones forzadas, entre otros. Luego, volvemos a la escena primaria de la noche del 5 de abril de hace 24 años, esa que deja la pantalla oscura durante varios minutos para connotar represión y clausura y redondea el pasaje más emotivo del filme. Todo se construye en torno de ese punto de no retorno. Y entre recuerdo y recuerdo, aparecen los fundidos en negro convertidos en espacios que conducen a una nueva evocación, aún más siniestra que la anterior.
Sí, es verdad que se perciben desequilibrios en el ritmo y desaliño en el montaje de algunos episodios. Pero eso forma parte del “modo de ser” de esta película. De su propuesta utilitaria y su forma de exhibición urgida. Como en las películas del cine político latinoamericano de los años sesenta, tan olvidadas hoy: las de Mario Handler, Ugo Ulive o Santiago Álvarez, aunque sin sus técnicas de montaje de choque ni su compromiso de militancia orgánica. Este llamado se formula desde la indignación cívica. La pueden ver aquí.
Ricardo Bedoya