Ganó el premio máximo del Festival de Venecia, y eso habla muy mal de los premios de algunos festivales. La venezolana “Desde allá” es un ejercicio de desdén programado, de determinismo social convertido en derrotero del guión, de regodeo en la abyección.
Ver al actor chileno Alfredo Castro –notable, pero en camino de acuñar un enojoso estereotipo de lo siniestro- rumiando su deseo culposo en el centro de encuadres milimetrados y desenfoques chic, da la medida del desafuero moral del personaje, que el guion se encarga de ilustrar, dilatar, chequear y confirmar para que no queden dudas.
En esta historia de la relación entre un hombre mayor, voyerista y homosexual, y el muchacho pandillero de Caracas, no se traza un itinerario de aprendizaje, de reconocimiento mutuo, de redención, de placer, de vampirismo y lujuria, de sujeción y dinero, de paternidad perversa, o de auténtica pasión, como en “La ley del más fuerte”, de Fassbinder, o “La virgen de los sicarios”, de Schroeder, para no hablar de Pasolini, lo que sería blasfemo. Nada de eso. La película de Lorenzo Vigas es un festival de “estéticas” focales largas, silencios lánguidos y giros milimetrados de la acción, tan calculados como las elipsis que se ven llegar “desde allá”. Y todo para imponer una acartonada parábola sobre la fatalidad clasista que solo conduce al desprecio y a la traición.
Ricardo Bedoya