“Aquarius”, de Klever Mendonça Filho, es el relato de la resistencia de Clara, una mujer que se niega a dejar el apartamento en el que vive. Todo el edificio ha sido comprado por una inmobiliaria para hacer un condominio, pero ella no quiere vender: ahí, entre esas paredes, están sus alegrías, tristezas, recuerdos. Ese apartamento significa todo para ella.
En la propuesta del director brasileño, el espacio de la protagonista (brillante Sonia Braga) está conectado con un pasado siempre vivo que potencia la vida de una mujer cuya soledad se compensa con la memoria. Escuchar un vinilo, tomarse una copa de vino, hacer una siesta son gestos que se repiten a lo largo del filme y que el cineasta construye como recurrencias, actos fetichistas, acciones de resistencia: en esos placeres está el recuerdo de una época de libertad, de un pasado que la película evoca en el rostro de Braga como en la melancolía que encierra su apartamento.
El choque generacional se percibe en los sucesos más cotidianos. Clara quiere quedarse en el departamento porque sabe todo lo que significa para ella. En contra, tiene a todo el mundo: desde sus hijos hasta los representantes de la inmobiliaria, pasando por algunos vecinos que no entienden la decisión que toma. Los años de Clara están encarnados en su cuerpo imperfecto (tiene una mutilación, producto de una vieja cirugía), pero también en el tiempo que se toma para disfrutar de un café, tener sexo ocasional o escuchar una vieja canción. Frente al utilitarismo de los jóvenes, ella protege sus tiempos tiempo y cultiva una rebeldía serena, asentada en las tradiciones y los placeres de una vida pausada.
En “Aquarius”, la puesta en escena potencia los acentos físicos, casi sensuales: las pausas corporales de Clara, el modo en que paladea el vino, la pose de Sonia Braga sobre la hamaca que tiene en la sala de su casa. Son las bases de un universo que tiene algo de elegíaco. La materialidad del vinilo, de las paredes del inmueble, de todo aquello que evoca el pasado es aprovechada para evocar un mundo cada vez más fantasmal y lejano, como el edificio vacío donde vive el personaje.
Acaso Clara (y por eso la elección de Braga es tan importante) sea justamente eso: fantasma de un tiempo capaz de celebrar el deseo, y el placer por la música y el vino. Un tiempo clausurado, pero que “Aquarius” reivindica con profunda melancolía. Una de las películas imperdibles del festival.
Rodrigo Bedoya