El cine en las entrañas, por Melvin Ledgard

Este texto fue leído por Melvin Ledgard en la presentación del libro “El cine en las entrañas”, de Isaac León Frías. Un agradecimiento a Melvin por la autorización para publicarlo.

El libro está dividido en cinco secciones que el autor llama “secuencias” y al final tiene una sección con veinte listas que comprenden las que Isaac León Frías consideró desde las páginas de Hablemos de cine “mejores estrenos” en el período  1965-1984, justamente los años en que se publicó la revista y a los que corresponden las cinco secuencias. Mi sugerencia es utilizar estas veinte listas como una suerte de carta de navegación para embarcarse en los tiempos en que fueron escritas las cinco secuencias que están en un orden cronológico que busca, en alguna medida, indicar dónde podrían localizarse los puntos de quiebre en la evolución del material publicado en Hablemos de cine. De hecho, treinta años después  a que fue editado el último número de Hablemos de cine en 1984, en el 2014, el autor ha escrito unos comentarios, que aparecen en letra cursiva, en los que se mira a sí mismo desde la perspectiva del tiempo pasado. Esos comentarios del 2014 se justifican los títulos que lleva cada una de las cinco secuencias: la primera “Érase una vez en el cine-cine”, la segunda “El purismo en la puesta en escena”, la tercera, “Apertura a Europa y otros cines” y la quinta (a la que entre paréntesis llama “final”) “Los años de la madurez”. 

Ocurre que también las veinte listas al final del libro traen sus propios comentarios preparados, especialmente para el libro, de posibles rectificaciones que hubiera tomado en consideración en base a las que estoy seguro que son meticulosas listas de los estrenos de cada uno de esos veinte años elaboradas por el riguroso-iba a escribir maniático-autor en lo que me imagino que deben ser una serie de viejos cuadernos con todos los estrenos de un año anotados con tanto rigor como pasión llevada por algún tipo de fe. Me imagino cuadernos en los que anotaba el título de una película, el nombre de su director, el año de su realización y el año en que se estrenó en Lima. Un haz de luz lo había iluminado, no desde el cielo sino desde una cabina de  proyección. Ciertamente, se endiosaba ciertas películas que, por lo visto, tenían la llave a otro cielo se podía acceder por obra y gracia de John Ford, Alfred Hitchcock y Howard Hawks.

Así nos lo hace entrever la “Primera secuencia: Érase una vez el cine-cine” donde se agrupan exclusivamente los artículos publicados en 1965, la única época en que Hablemos de cine apareció con frecuencia quincenal y era impresa gracias a las vueltas de manija de un mimeógrafo. El mejor estreno  que ese año Chacho puso en su lista de “mejores estrenos” fue El ocaso de los cheyennes de John Ford. También escribió en su crítica a la película para el último y vigésimo número de 1965:

“Algunos comentaristas de diarios (que me recuerdan a esas personas que siempre van a los parques de atracciones para hacer tiro al blanco y que jamás aciertan ni por casualidad y, sin embargo, insisten en ello) han tenido la osadía de hablar de la decadencia o el ocaso de John Ford”.

Obviamente El ocaso de los cheyennes constituía un ejemplo del “cine-cine”. Pero ¿qué era el cine-cine?

“Denominamos cine- cine a las películas que realmente se acercan a una realidad, sin falsearla, restituyendo a la imagen en su totalidad objetiva; las películas que logran este cometido de una forma plena son las obras de arte del cine.”

Casi al final el párrafo con el que cierra este artículo originalmente publicado en Hablemos de cine en 1965 escribe que los buenos ejemplos del “cine-cine” “permanecen siempre jóvenes, no envejecen, no pasan de moda”.

Seguidores y promotores del “cine-cine” también eran los otros tres amigos con que Chacho sacó estos Hablemos de cine de 1965 en mimeógrafo. Se llamaban Federico de Cárdenas, Juan Bullitta y Carlos Rodríguez Larraín y eran estudiantes de la Universidad Católica.

En un artículo titulado “Cine americano y cine europeo” el autor cuenta cómo un año antes, debido a lo que consideraba “una brillante iniciativa  de  Desiderio Blanco”, “por primera vez el cine club de la Universidad Católica, programó un ciclo dedicado al cine americano. De este modo se exhibieron films  de Samuel Fuller, Richard  Fleischer, Hawks, Hitchcock, Blake Edwards, Minnelli, Quine, Ford y Peckinpah”.

“Este ciclo sirvió para que algunos de los que actualmente escribimos en la revista rectificáramos nuestro modo de ver al cine. Naturalmente ya antes de este ciclo se había iniciado en nosotros una renovación de criterios  en torno al cine y el descubrimiento de obras maestras, sistemáticamente despreciadas por algunos sectores. Este mundo  nuevo que fue para nosotros el descubrimiento del cine americano (descubrimiento que ya se había experimentado en otros países) nos obligó a replantearnos el hecho cinematográfico en su totalidad.

Este replanteamiento del cine se inició en muchos sectores de la joven crítica  europea que alineados bajo el influjo de ese extraordinario teórico que fue Andre Bazin, fueron comprendiendo la esencia misma del cine y dejando de lado aspectos accesorios que hasta ese momento  pesaban desmedidamente en la formulación crítica del cine. A esta crítica la debemos en parte, el que nos haya abierto los ojos ante un arte nuevo y cambiante que día a día se renueva. En nuestro medio le debemos mucho más a Desiderio Blanco, verdadero teórico del arte cinematográfico  que ha profundizado en el fenómeno  de la creación cinematográfica aportando muchos elementos de juicio valiosísimos para la comprensión crítica del cine”.

Como André Bazin, los fundadores de Hablemos de cine estaban locos también por Kenji Mizoguchi y Roberto Rossellini. Como todos los críticos discípulos de Bazin pronto a ser directores amaban a Anthony Mann, Nicholas Ray y Sam Fuller. También se entregaban a la increíble cruzada de perseguir películas que era un deber ver para luego difundir que se les dispersaban por todas las salas de barrio de la Lima y muchas veces respondían a títulos inverosímiles como El beso amargo y Delirio de pasiones,  que hoy  sabemos que ocultaban dos clásicos de Sam Fuller que en realidad se llamaban The Naked Kiss y Schock Corridor.

Un artículo del Hablemos de Cine N° 17 tiene un título elocuente al presentar a “Hawks y Hitchcock” como “Las dos H más importantes del cine americano”. La primera línea del artículo se apresuraba a sentenciar “Y del cine mundial diría yo, mientras no me demuestren lo contrario”.

El artículo concluye así:

“Hawks y Hitchcock son dos autores de los cuales se pueden escribir libros y más libros y no se agota el tema, de la misma forma que la riqueza de sus imágenes en cada nueva visión se hace más y más profunda, más y más hermosa, más y más nueva. Es el testimonio de dos de los más grandes genios del arte cinematográfico”. Y en el mismo número de la revista (el 17) a raíz de lo que debe haber sido una reposición de Rio Bravo de Howard Hawks arranca así su comentario: “Ante todo, hay que afirmar que Río Bravo es una obra maestra, y más aún, maestra de maestras”.

Al final de la secuencia, el Chacho del 2014 comenta así sus críticas del año inaugural de Hablemos de cine:

El entusiasmo cinéfilo en su estado de exaltación. Así vivimos el cine en 1965. El amor al cine no era lo único en nuestras vidas, pero lo parecía y, en todo caso, es seguro que cubría carencias. Acepto interpretaciones psicoanalíticas, más aún cuando la apelación al amor, extraído como una constante en varios de los films vistos, es un motivo recurrente en mis críticas de esta etapa inicial de la revista. (…)

En ese artículo titulado “Cine americano y cine europeo” Chacho había escrito que no se podía « negar el valor de algunos extraordinarios directores del viejo mundo, cuyo cine está a la altura de muchos de los mejores americanos; me refiero entre otros a Jean Renoir, Roberto Rossellini. Fritz Lang, Max Ophuls, Francois Truffaut, Jean Luc Godard ».

En todo caso, luego de este año de 1965 viviendo el cine « en estado de exaltación », la lista de sus mejores del año 1966 nos muestra como se pudo dar el gusto de poner en los tres primeros lugares : primero una película de Hitchcock (Cortina rasgada) , segundo una de Ford (Siete mujeres) y tercero una de Hawks (Rojo, 700, peligro). El cuarto era para Luchino Visconti  (Sandra, Vaghe stelle dell’orsa). La segunda secuencia “El purismo en la puesta en escena” cubre de 1966 hasta la primera mitad de 1967.

Hacia la mitad de este volumen de seiscientas páginas, y en la tercera secuencia, o la secuencia “de en medio” titulada “Aperturas a Europa y otros cines”, que abarca los artículos de Chacho desde mediados de 1967 de la primera mitad de 1971. Aparece un primer artículo tomado de un Hablemos de 1970, sobre cine peruano con el elocuente título de “Inodoro, incoloro, insípido.” Es un texto interesante porque nos permite ver la situación del cine peruano antes que se promulgara la famosa ley 19327 de protección al cine peruano. Creo que hay que ver mucho más allá del ahora viejo debate de los fundamentalistas del libre mercado que el estado no tenía por qué meterse en un tema como el cine. La utopía de Hablemos de cine es que si hubiera instituciones que apoyaran la existencia de un cine peruano pero, como críticos de cine que eran, exigían que hubiera estándares que los acercaran al mejor cine. 

Los testimonios nada complacientes sobre el cine peruano parecen con una frecuencia prácticamente anual en artículos con títulos todavía bastante elocuentes en la “cuarta secuencia” “Hacia una crítica más analítica” que va desde la segunda mitad de 1971 a 1976 : “Cine nacional: aquí no ha cambiado nada” de 1973, “la marcha del cine peruano: Incertidumbre” de 1974. “Cine peruano ¿Borrón y cuenta nueva” de 1975 y “El limbo del cortometraje” de 1976. Desde esta segunda mitad de 1971 a1976 muchas veces títulos de Luchino Visconti, Ingmar Bergman, Luis Buñuel y Francois Truffaut se disputaban los primeros puestos de las listas de estrenos.

Es particularmente significativo que  la “quinta secuencia” “Los años de la madurez”, que abarca el periodo de 1978 a 1984, se inicie con un trío de semblanzas a directores de cine peruano: las de Pablo Guevara, Nora de Izcue y Arturo Sinclair. También están allí sus artículos sobre tres estrenos de Bertolucci que coincidieron en estrenarse en 1980 y ocupaban tres puestos de su lista de las mejores diez del año: Último tango en París (1972), 1900 (1976) y La luna (1979).

Si con los años se arrepintió de no haber incluido Érase una vez en el Oeste de Sergio Leone en su lista de los mejores estrenos de 1970 en su última de las veinte listas que elaboró para Hablemos de cine, la de los mejores estrenos de 1984, colocó en un segundo puesto, inmediatamente después de La ley de la calle de Francis Coppola, Érase una vez en América.Vuelvo al título de la “primera secuencia: Érase una vez el cine-cine” para subrayar la frase elegida “’Erase una vez…”, la del tradicional arranque de los cuentos de hadas. Para la hora en que el autor la agregó a la hora de agrupar los artículos este “Érase una vez…” ya no solo evoca el comienzo de los cuentos de hadas sino el título de dos películas célebres de Sergio Leone –Érase una vez en el oeste y Érase una vez en América-.

 Aquí hay que aclarar que ni  Érase una vez en el oeste transcurre en el viejo oeste de la segunda mitad del siglo XIX ni Érase una vez en América en Nueva York de principios del siglo veinte a los años sesenta. Estas películas presentan universos de vaqueros y gangsters que solo existen en el cine. Solo en el oeste del cine-cine tuvo sentido convertir a Henry Fonda en un pistolero despiadado cuando un cuarto de siglo antes Fonda interpretó un Wyatt Earp memorable para John Ford en La pasión de los fuertes. Solo en el barrio pobre del Lower East Side de Manhattan del cine-cine Noodles fue un niño que creció para ser Robert de Niro, el meticuloso y heroico actor de los años ochenta, que, con su truco de engordar y maquillaje envejecedor, se representó a sí mismo de diferentes edades.

Érase una vez una revista llamada Hablemos de cine cuyo director se llamaba Isaac León Frías. Fueron veinte años felices de tener al cine en las entrañas, donde en 1966 escribió sobre Amores de una rubia de Milos Forman y en 1984 escribió de Ragtime de Milos Forman. Su sombra se deja sentir en otros proyectos de los que ha tomado parte, claramente en los títulos de dos publicaciones posteriores prestados de un clásico de Jean Renoir y otro de Alfred Hitchcock, La gran ilusiónVentana indiscreta, no se deja de pensar en André Bazin y Francois Truffaut ni tampoco se deja de hablar de cine.

Por razones obvias Sergio Leone filmó Érase una vez en el oeste en Monument Valley, el mismo paisaje de los grandes westerns de John Ford y ese es el paisaje que se ve en una pantalla en la imagen de la sala de cine que adorna la carátula del libro de Chacho frente. Las butacas ante la pantalla parecen ahondarse en perspectiva hacia esa pantalla, la vista de los que se sienten allí la atravesarán y se internarán en Monument Valley, para experimentar el tipo de felicidad que solo se vive en el cine-cine. Abran el libro, escojan su fila de preferencia y acomódense  en la butaca. Editen las secuencias ofrecidas con las listas de las mejores del año. Reconstruyan esta parte fundamental de la historia de nuestra cinefilia.

 Melvin Ledgard

 

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