Tenemos la carne

Ojalá algún festival la traiga. Para debatirla. “Tenemos la carne” ya tiene admiradores. No es sorprendente: es un filme de culto programado.

¡Qué audacia! ¡Juntar en ochenta minutos incesto, canibalismo, torturas de todo tipo, ritos sexuales y cuanto se pueda imaginar! ¡Y filmarlo con fotografía “artística” y afanes metafóricos porque ya sabemos que México se ha convertido en una cueva donde el fratricidio se mezcla con el canibalismo! Y agradecer –ilustración, obliga-  al Marqués de Sade, a Bolaño, a Bataille, a Alfred de Musset, a Zulawski, y a “tutti quanti”.

Lo cierto es que “Tenemos la carne” es una perfecta memez. El típico ejemplo de provocación chic. De sordidez estetizante. De “gore” de catálogo satinado. De engañamuchachos. De escándalo prefabricado. De filme de culto hecho en máquina de churros.

Lo que pretende ser repulsivo –y revulsivo- se convierte en una exhibición de solemnes travellings circulares, retoques cromáticos, cámaras lentas, altisonantes monólogos, frases alusivas y simbólicas, canciones de letras “explicativas” y música “culta” de fondo, entre otros recursos cosméticos sacados del más rancio repertorio del cine de “qualité” de los años cincuenta.

Más que de conmoción y asco moral, “Tenemos la carne” es de pura risa loca.

Ricardo Bedoya

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