“Elle”, “Carol”, “Sully”, “La bruja”, “Los 8 más odiados”, y pocos títulos de interés más, aparecieron en una cartelera comercial que pisó fondo en el 2016. La integración vertical de distribución y exhibición en la era de los multiplexes solo ha traído como consecuencia la rigurosa exclusión de las películas que no se ajustan a lo previsible.
El incendio en UVK Larcomar sumó a la tragedia de la muerte de cuatro trabajadores, la pérdida de un espacio para el “otro” cine. Fue en su “sala de arte”, hoy cerrada, donde se exhibieron títulos como “El hijo de Saúl” y “El sol abrasador”, entre otros. En el Perú, a diferencia de lo que ocurre en países vecinos, no existen circuitos de salas alternativas. Estamos sometidos al calendario de los blockbusters, de estreno simultáneo en todo el planeta, y al ripio que llega con él.
Este año se impuso –al parecer de modo definitivo- la bárbara costumbre del doblaje, que mutila las películas. Doblaje que, entre nosotros, adquiere un sesgo clasista intolerable. Solo pueden verse películas en su versión original en las salas de algunos barrios de las clases medias y altas de Lima. En el resto del Perú se debe soportar esa grotesca deformación de las películas.
Por suerte los festivales y muestras de cine crecen y se asientan. Esas iniciativas culturales universitarias o privadas aportan diversidad. El Festival de Lima, de la Católica; Lima independiente; Transcinema; Al este de Lima; la Filmoteca PUCP y, desde este año, la Semana del cine, de la U. de Lima, entre otros, nos conectan con lo mejor del cine internacional de hoy. Aunque algunos ya lo hacen, les queda el reto de llegar con sus programaciones a todo el país.
¿Industria del cine peruano? Ni por asomo.
Una actividad industrial supone igualdad de condiciones para competir y reglas claras que permitan prever. Eso no existe en el Perú. La ley de cine actual data de 1994 y se ha convertido en un anacronismo de tiempos pre-digitales.[1] El sistema de premios en el que se basa niega la posibilidad de planificar: los premios son aleatorios por naturaleza y, como sabemos, el azar se opone a la previsión.
La mayoría de las películas que se hacen hoy en el país pasan por el costado de esa ley. Las más exitosas aplican las reglas de la campaña publicitaria. Las películas se ponen al servicio de la mercancía que se ofrece en el mercado: un cómico, una figura popular de la televisión, un futbolista, una disciplina de autoayuda. En el curso de la producción se negocian emociones y sentidos. El productor hace las veces de “agencia”. Las marcas auspiciadoras, la distribuidora que tendrá a su cargo el lanzamiento, y el “famoso” involucrado, a la manera de los “anunciantes”, tienen voz y, acaso voto, sobre el resultado. El “paquete” es concertado.
¿Eso moviliza al público? Es verdad. ¿Las elevadas cifras de taquilla de algunas de esas películas dinamizan al cine peruano? También es verdad. ¿Es bueno que existan? Por supuesto.
Pero si el mercado se cierra a cualquier otro tipo de película peruana, estamos cambiando mocos por babas. Pasamos del dominio de los blockbusters de verdad al de sus réplicas nativas.
Laslo Rojas, en la página Cinencuentro, suma 47 largos peruanos “presentados al público” en 2016. De esos, solo 25 llegaron a las salas comerciales [2] Solo nueve fueron vistas por más de 10,000 espectadores. Pocas superaron las dos semanas de exhibición.
Las más perjudicadas fueron las “invisibles”, las que no pudieron manejar el presupuesto que se necesita para estar en vallas, televisión y paneles callejeros.
Se impone un cambio de las políticas cinematográficas que garantice cuatro asuntos básicos: continuidad en la producción; atención a los más jóvenes y al cine de las regiones; diversidad de asuntos y estilos. El cuarto: visibilidad para todas las películas. Capacidad para llegar a las salas y crear su público, lo que significa poder competir y no ser “choteado” de los cines a la primera.
Pero también, en paralelo, imaginar los modos en que el cine peruano podría ser difundido en otras pantallas. Si aún las salas dan presencia y visibilidad a una película, las plataformas digitales se extienden. Una política de estímulo al cine debe contemplar esa vía.
¿Y por qué no darle a los largos peruanos de hoy y del pasado una presencia permanente en el canal del Estado? Un buen ejemplo es el que vemos en Televisión Española, que emite todas las noches una película de su patrimonio fílmico.
Ricardo Bedoya
[1] La ley sigue siendo un soporte importante para películas de producción más pequeña y de ambiciones expresivas mayores. Esas que tienen tantos problemas para llegar a las salas, aun si llevan consigo un premio de DAFO.
[2] Algunos, como “La última tarde”, tendrán un estreno comercial en 2017, pero son la minoría.
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