El fantasma del realismo: contra los modelos estéticos excluyentes (4)

He dejado para el final de esta pequeña serie de notas uno de los asuntos más cuestionables que se han planteado en el comentario de varias películas  de los últimos tiempos: la oposición entre un cine nuevo y renovador y otro viejo y superado.

Por cierto, no se señalan ni se advierten las diferencias del contexto en que unas y otras han sido realizadas ni la audiencia a las que están dirigidas. Tampoco interesa el análisis de unas y de las otras. No hay el menor intento de explicación. Es una cuestión, sin más, de oponer categóricamente, como si estuviésemos en el nacimiento de un  nuevo reino, a dos bloques antagónicos. Hasta antes del estreno comercial de El espacio entre las cosas, la oposición prácticamente se hacía entre casi todo lo que se exhibía o se había exhibido en salas comerciales, fuera de las películas de Robles Godoy, y aquellas que no se veían en las grandes pantallas. Lo malo estaba en el espacio comercial y lo bueno fuera de ese espacio.

La verdad es que no recuerdo haber leído ninguna historia o texto que haga la apología del cine hecho en el Perú antes de la llegada del digital y la nueva generación de cineastas. Pueden haberse escrito críticas muy favorables a algunas películas, pero jamás se profirieron tantas expresiones admirativas como las que se dispensan en estos tiempos. En lo personal puedo haber pecado, incluso, de un exceso de prudencia a la hora de enfrentar críticamente las cintas locales, y no en lo que se refiere a la opinión desfavorable, en la que he tenido pocos reparos, sino en las favorables, donde no me he permitido ditirambos ni juicios categóricos y la verdad es que tampoco lo hubiese hecho porque ningún largometraje peruano tiene, en mi opinión, la altura creativa que pueda igualarlo a otros que se han hecho en Argentina, Brasil, México, Chile, o Cuba a lo largo del tiempo, naturalmente en mucha mayor proporción en los tres primeros.

Lo que se manifiesta en estos tiempos es un rechazo, con mayor o menor grado de virulencia, al cine peruano “del pasado”, pero también a una parte del que se viene haciendo en estos últimos años y con el que no se comulga, especialmente con el que cuenta con el respaldo de fundaciones y fondos europeos.

Este rechazo tiene un trasfondo que va, por supuesto, mucho más allá de la opinión crítica o valorativa. Es comprensible que en un medio estrecho como el nuestro, la frustración o el sentimiento de exclusión campee aquí y allá. Cualquier sistema de apoyo que se base en estímulos económicos a través de premios provoca reacciones de descontento.  Ese rechazo mezcla los tipos de financiación (aunque esto no siempre se enuncie) con ciertas propuestas cinematográficas que se avienen a las modalidades del realismo, por más que éstos puedan aparecer sesgados (caso de Ojos que no ven, Octubre o El limpiador, por ejemplo)

 Se niegan las opciones más que los resultados. Es decir, las películas están condenadas de antemano si el punto de partida se asocia con el realismo costumbrista o el testimonio social.

En nombre de una pureza cinematográfica que no existe, se rechazan posibilidades genéricas o argumentales que siguen dando lugar a obras de notable valor. El cine rumano de estos tiempos es un buen ejemplo de cómo se elabora un relato a partir de parámetros realistas con un desarrollo que los potencia o desborda , como vemos en La muerte del señor Lazarescu, de Cristi Puiu, donde la peregrinación del enfermo por diversos hospitales alcanza un grado de irrisión y crueldad casi hiperrealistas. La uruguaya Whisky, de Rabella y Stoll, es un ejemplo de un realismo desecado, un poco en el modelo de Aki Kaurismaki, aunque menos estilizada.

Entre nosotros, y por referirme sólo a algunos títulos recientes, ni Días de Santiago, ni La teta asustada, ni Octubre, ni El limpiador se reducen a una peripecia realista y más bien indagan en terrenos introspectivos, pulsionales, metafóricos y otros. También algunas de las mejores películas de Francisco Lombardi descubren ángulos inusitados, más allá de sus formulaciones realistas, como es el caso de Bajo la piel o, más aún, Caídos del cielo. Otro tanto podríamos decir de El bien esquivo, de Tamayo, de los cortos de Gianfranco Annichini.  Incluso, En la selva no hay estrellas y La muralla verde tienen un anclaje realista, aunque el tratamiento  del relato se bifurque en una temporalidad diversa o dispersa.          

Hay también relatos “realistas” , filtrados o no por componentes genéricos, que valen por sí mismos, en mayor o menor medida (ya lo de he dicho: no tan alta en mi apreciación) como Gregorio, La ciudad y los perros, La boca del lobo, Alias La Gringa, La vida es una sola… En fin, el “realismo” es una construcción como lo son las opciones no realistas, con grados fluctuantes de convenciones y artificios, que no hacen que ninguna posibilidad sea, a priori, superior o inferior a las otras.

El rechazo de ahora repite muchos otros que en el pasado se han hecho: el del cine comercial en nombre del cine “artístico”; el de las producciones de Hollywood contrapuestas a las personales y “de autor”; el cine del sistema frente al cine revolucionario o transformador. 

Nada nuevo en lo que se escribe, más bien es el retorno a la década de las primeras vanguardias, los años 20, en la que escritores y cineastas hacían tabla rasa del modelo clásico que se establecía para abogar por una expresión libre que apuntara hacia esos dominios de lo inefable o de la esencia del cine que nuevamente sale a relucir entre nosotros, con el añadido del registro sonoro.

Eso es lo que algunos esgrimen hoy como un arte superior o, más que eso, casi como la única modalidad de arte cinematográfico.  Con lo cual se desconocen más de ochenta años de cine sonoro que debían servir de guía para que no se quiera reformular una concepción anticuada y restrictiva,  por más que quiera pasar como contemporánea y proyectada al futuro. En efecto, y como decía un lector, esos comentarios (esas posiciones, en realidad) no les hacen ningún favor a películas que, como El espacio entre las cosas, pugnan por encontrar un lugar en una cartelera que nunca ha sido complaciente con el cine hecho en el Perú, salvo que se trate, claro, de lo que hasta hoy han sido excepciones, los éxitos comerciales.

 Isaac León Frías

4 thoughts on “El fantasma del realismo: contra los modelos estéticos excluyentes (4)

  1. Me parecen interesantes e ilustrativos los artículos del Sr. León Frías, pero yo le pregunto porque no le hacen un favor a El espacio entre las cosas los comentarios favorables y porque es anticuada la idea del cine que no cuenta historias y que trasmite sensaciones.

  2. Respondo a Ruth Chuquipiondo. Los comentarios encomiásticos y desproporcionados tienden a mitificar el objeto de referencia, en este caso El espacio entre las cosas y también la opción expresiva que representa, con lo cual se crea una especie de “arcadia fílmica”, de lugar ideal prácticamente inalcanzable. En mi opinión, y sin menoscabo del entusiasmo que se pueda poner, la crítica debe ser analítica y no estar basada en los supuestos de un arte tan inefable que no hay cómo aprehenderlo. Por eso es igual de mítica la idea de que un cine de sensaciones es mejor que el que cuenta historias. No es así como no es verdad que la ficción supere al documental, que el largo sea mejor que el corto o que la animación sea inferior. Esas oposiciones están hace mucho tiempo superadas y por eso es que son totalmente anticuadas y regresivas, aunque quieran pasar como modernas y avanzadas.

    • Otra pregunta, porque el Sr. Castro Cobos no debate los temas que se están tratando en este blog y que responden al artículo que publico en Cinencuentro?

  3. Quien se cree en posesión de la verdad, apreciada Ruth, no dialoga ni debate con nadie, se limita a dictaminar y a sentenciar.

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