“La idea de un lago”; de Milagros Mumenthaler, plantea una mirada sobre la memoria y sobre cómo vamos definiendo a los seres queridos que desaparecen de nuestra vida en forma dolorosa. Lo hace a partir de la historia de Inés, una fotógrafa cuyo padre fue desaparecido por la dictadura argentina.

Se alternan dos tiempos. Mientras Inés apela a un examen de ADN para hallar indicios de la identidad de un cuerpo recuperado que acaso sea el de su padre, la Inés del pasado, aún niña, va lidiando con la fantasmal figura paterna durante un verano en el campo.

Mumentaler, como en “Abrir puertas y ventanas”, su filme anterior, nos acerca con sensibilidad a un universo en el que se confunden realidades con fantasías y sueños con deseos. Hay algo idílico en esa casa de campo, situada al lado de un lago, donde la niña Inés trata de reconciliarse con esa figura perdida, mientras recupera un espacio de juego y tranquilidad en medio de la tensión social impuesta por la dictadura.

Espacio que es un escenario del recuerdo; en él, Inés busca representar a su padre ido de distintas maneras, sean fantásticas y lúdicas (un carro entra en el lago para jugar con la niña) o espectrales (el extraordinario momento del juego a las escondidas en el bosque, con las linternas como los únicos elementos que iluminan la noche)

Mumentaler recorre los espacios del recuerdo de modo alegre o acongojado, luminoso u oscuro, maravilloso o fantasmal, juguetón o solemne. El dolor y la calidez conviven en el personaje principal, colorean su memoria, le aportan melancolía.

El tránsito del tiempo pasado al presente permite contrastar dos nociones que organizan la película: las contradictorias incertidumbres del pasado y la dificultad de hallar certezas en el presente. Certezas que nunca llegan. El acercamiento a la esquiva figura del padre, a la manera de aproximaciones indefinidas, basadas en intuiciones y sensaciones, conduce a una mayor proximidad que la ofrecida por la supuesta infalibilidad científica. “La idea de un lago” es uno de los puntos altos del festival.

 

Rodrigo Bedoya Forno