Una litografía va siendo carcomida por los “huéspedes” del lugar: cuando terminen su trabajo moriré, anuncia el ocupante de la casa, mientras extrae de cajas archivadas los poemas, fotos y recuerdos del hermano mayor.
“Correr el tupido velo”. El retrato que traza “Todos somos estrellas”, primer largometraje de la peruana Patricia Wiesse Risso, remite al título de las memorias de Pilar Donoso. En el centro está Felipe Degregori, el cineasta de “¡Abisa a los compañeros!” y “Ciudad de M”. Durante toda la película evoca la compleja relación que mantuvo –o mantiene aún- con su fallecido hermano Carlos Iván. Su memoria no es nostálgica. Tampoco elegíaca. Es crepuscular, terminal. Ni anhela lo que perdió ni se complace en revivir lo pasado. Su testimonio está arraigado en el aquí y en el ahora, en las decisiones personales que tomó, en la afirmación de su identidad, en la precariedad que lo rodea, en la consciencia de lo que viene.
La realizadora acierta en el tratamiento. Ni poetiza, ni impone el patetismo, ni busca el tono lastimero. Corre el velo en forma progresiva, sin alardes, con lentitud y pudor. Los fundidos en negro marcan las etapas de la exposición. Son como prolongadas cesuras que se acomodan al tono pausado del hablar de Degregori y a la lentitud de sus movimientos.
El personaje que vemos ahí carece de la locuacidad y el tormentoso carisma de los hermanos Panero compareciendo ante la cámara de Jaime Chavarri en “El desencanto”. No le interesa posar ni exhibirse. Lo suyo va por otro lado. Sus intervenciones son cansinas y el retraimiento se impone. Por eso, la cámara acorta los espacios, reencuadra a Degregori, lo tiene siempre cerca. Dinamiza su densa presencia corporal con ángulos marcados e informa sobre la sofocante estrechez de un entorno figurado como una “caja” más, de las tantas que hay ahí.
La realizadora, interviniendo por momentos, siempre guardando discreción, propicia la confidencia sin exigirla. Abre la “caja” sin forzarla.
La clausura voluntaria y la auto-marginación son asuntos centrales aquí. Los espacios son acotados y la atmosfera pesa. La foto privilegia los tonos ocres y los climas apagados que dan cuenta de una pulsión autodestructiva convertida en sino.
Ricardo Bedoya