“Orione”, de Toia Bonino, sorprende por su rigor y originalidad.
Estamos la minuciosa desconstrucción de un hecho criminal, de un “fait divers”. Un asalto que termina con dos delincuentes muertos es el punto de partida para la indagación sobre el círculo vicioso de la violencia instalada en una zona periférica del Gran Buenos Aires.
“Orione” traza el destino individual de uno de los caídos en el asalto, pero lo hace desestructurando los recursos habituales del suspenso y la dosificación de las emociones propias de un thriller o de un filme criminal. Descartando los giros dramáticos, los picos de emoción y la tensión creciente, la película se aboca a la micro-observación de gestos cotidianos, de espacios domésticos, de ritos familiares vividos en el pasado.
El retrato de la marginalidad se ofrece en primer plano, sin apelar al fresco social ni a la mirada abarcadora. Las motivaciones de los “personajes” –verdaderos actores sociales del documental, como los llama Bill Nichols-, y las consecuencias de sus acciones, como las de Ale, auténtico en su vocación antisocial, están expuestas de modo indirecto, a través de home movies encontrados, de una carta que se construye ante nuestros ojos, o de fragmentos de noticiarios que ofrecen la “historia oficial” del crimen. Los “testigos” tienen voces, pero no rostros.
Las imágenes de la preparación de una torta de cumpleaños se convierten en el “leit motiv” visual que señala la continuidad de un destino que no deja alternativas.
Ricardo Bedoya