Festival de Lima 2017: un breve balance

Sin perjuicio de seguir comentando los títulos que vea en los próximos días, aquí va un breve balance de lo visto en todas las secciones del Festival de Lima que acabó ayer (solo considero títulos de producción reciente)

Las 12 preferidas

Viene de noche de Trey Edward Shults es, de lejos, la película más inquietante y sorprendente de esta edición del Festival. Horror en claroscuro, nocturno y sofocante. Dos familias enfrentan una amenaza desconocida que llega de noche, pero que no tiene forma, ni origen, ni rumbo fijo, ni destino. El miedo es cerval, y no requiere de explicaciones. Ojalá se estrene en las salas, aunque se dice que su exhibición ya ha sido cancelada por la distribuidora.   

Orione, de Toia Bonino. Ya comentada en el blog.

En el intenso ahora, de Joao Moreira Salles. Ya comentada en el blog.

A Ciambra, de Jonas Carpignano. Ya comentada en el blog.

Wiñaypacha, de Óscar Catacora, es una sorpresa, marca una fecha en el cine peruano, y resulta inexplicable que no haya competido en la sección de ficción. La comentaré en los próximos días.

Verano 1993, de Carla Simón. Ya comentada en el blog.

No soy tu negro, de Raoul Peck. Ya comentada en el blog.

Pinamar, de Federico Godfrid, es el tipo de filme pequeño, sensible y creativo, alejado de los “grandes temas”, que debería tener un lugar seguro en la competencia de ficción.

El otro lado de la esperanza, de Aki Kaurismaki, está lejos de alcanzar el nivel de sus últimas películas, pero aún así resulta una lograda fábula sobre la marginalidad. La afecta el mecanicismo de su humor, siempre igual, basado en la invariable discrepancia de tono entre una exposición dramática y una respuesta boba y despistada. Después de narrar su terrible periplo hasta Helsinki, el migrante recibe como réplica la pregunta del millón: “¿sufrió violencias?”

La libertad del diablo, de Everardo González, es un testimonio sobre el México violento de hoy, pero es también un filme de horror, con víctimas y verdugos que comparecen enmascarados, evocando a los combatientes de lucha libre, tradicional en ese país, pero también a los seres sin rostro del cine, que solo conservan la memoria del dolor pero que ya no se pueden reconocer ante un espejo.  

Todos somos estrellas, de Patricia Wiesse Risso. Ya comentada en el blog.

Los exiliados románticos, de Jonás Trueba. Ya comentada en el blog.

Acabada la restricción propia del miembro de un jurado, opino sobre las películas de la competencia oficial de ficción.

Ninguna alcanzó el interés de las doce mencionadas.

De las 18 películas que participaron, destaco cuatro: El vigilante, Gabriel y la montaña, La idea de un lago y La defensa del dragón. Una quinta, Medea, también resulta atractiva, pese al patetismo que la corona.

La venezolana La familia apela a una suerte de neo-neo-neorrealismo (una suerte de De Sica recalentado, o de Fernando Birri refrito, para ponernos en onda latinoamericana), que no carga los sentimientos ni aporta novedades.      

Cuatro decepciones: La región salvaje, Una mujer fantástica, El otro hermano, Los perros.

La región salvaje de Amat Escalante diluye, con sus afanes alegóricos y plúmbea seriedad, cualquier asomo de inquietud fantástica, erotismo o expresión de deseo.

La mujer fantástica es un ejercicio de “corrección” y cálculo: todo está ahí para indicarnos lo que debemos sentir (indignación frente a la necedad e intolerancia de la ex esposa y el hijo del difunto, dos personajes de caricatura), lo que debemos pensar (la protagonista lucha contra el viento), lo que debemos concluir.  Una buena actuación de Daniela Vega en medio de una demostración de pizarrón.

El otro hermano, de Israel Adrián Caetano, tiene el esquema de un buen filme criminal y está filmado por un realizador que sabe muy bien lo que hace. Pero conforme avanza la proyección la trama se torna obvia, las acciones se estancan, lo previsible se impone.

Los perros, de Marcela Said, pudo haberse mantenido en el terreno provocador de la ambigüedad moral, pero se lanza a dignificar al personaje del militar represor, simplificando tanto la atracción que la protagonista siente por ese personaje, como la descripción del entorno de la clase alta en la que transcurre la acción (el personaje del padre es de una pieza). Un culposo “Portero de noche” chileno.   

Un golpe bajo: la chilena Camaleón es una suma de degüellos, violaciones y chavetazos de diversos estilos puestos ahí en nombre del retrato social, la crítica a las diferencias de clase y quién sabe qué otras intenciones nobles. ¡Haneke, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!

De humor involuntario: In the Fade, de Faith Akin, es un telefilme de conciencia social plagado de escenas inverosímiles y jocosas a su pesar (una cumbre es la del pájaro que aparece en un momento decisivo). Inexplicable que haya competido en Cannes.  

Ricardo Bedoya

 

 

 

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