Annabelle 2: La creación

“Annabelle 2: La creación”, de David F. Sandberg,  empieza como la típica Americana. Ambientación rural, con montañas de fondo; acciones ubicadas en una temporalidad imprecisa, cerca de los años cuarenta del siglo pasado; una familia feliz; una niña que crece entre los mimos de mamá y papá, que es fabricante de muñecas; la comunidad que se reúne en la iglesia. Es la normalidad encarnada, aunque no exenta de algunas marcas siniestras (como en toda normalidad). Hasta que un hecho inesperado la quiebra.

El giro dramático abre una segunda línea del relato: doce años después, unas niñas huérfanas, en compañía de una monja, van a alojarse a la casa que conocimos antes.

Entonces, el clima pastoral de la Americana se agria y apunta al clima gótico. Lo hace en una secuencia inquietante. Al llegar a la casa, que ha dejado de ser un espacio de dicha, Janice, una de las huérfanas, afectada de polio, se sienta en un ascensor de escalera para llegar al segundo piso. Mientras la máquina la eleva, ella ingresa a una zona sombría que la aterroriza, pero que no puede dejar de mirar. El lugar, que parece prolongar la arquitectura anacrónica del inmueble, está transformado por las sombras. Se convierte en un sitio impenetrable que atrae su atención y hace las veces del misterio tras la puerta. Es el espacio más allá del encuadre que da sentido a todo el cine de horror.

Pero, lástima, ese titubeo ante lo desconocido se diluye conforme avanza la proyección. Porque una vez que Janice abre la puerta del misterio, solo queda el susto programado. El estupor ante el clima fantástico solo aparece dos veces más: cuando una de las muchachas se asoma a la puerta de la habitación donde reposa la perturbada dueña de la casa y en alguna de las escenas en que la silla de Annabelle adquiere movimiento propio.

La mecánica acumulación de piezas preparadas para el sacudón (algunas mejores que otras, como la escena de la levitación de la monja) liquida cualquier posibilidad de progresión dramática o de transformación en los personajes. Solo resta ver a Janice como un remedo del niño de “La profecía”, lista para prolongar la franquicia iniciada con “El conjuro”.

Ricardo Bedoya

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