“Baronesa”, de la brasileña Juliana Antunes, es la mejor película de Transcinema hasta el momento.

Se ofrece como una crónica detallada de la cotidianidad de Andreia, la protagonista, residente de una favela violenta y plagada de carencias. La impresión del registro en tiempo presente se impone. La cámara se mantiene pegada a los rostros y cuerpos de los personajes. El  sonido directo domina el espacio con su aspereza. El registro de las acciones se ciñe a la observación de los comportamientos inmediatos de esos personajes que conversan, cantan, disputan.

La apariencia documental nace de la técnica empleada: la película parece ser el resultado de una prolongada convivencia, de un trabajo de campo  que ha logrado borrar las diferencias entre los “actores sociales” y el equipo de cineastas. Antunes convierte a la cámara y a los instrumentos de registro en piezas  de un mobiliario que está ahí, en el centro de los ambientes domésticos. Por eso, han dejado de perturbar o de llamar la atención a ese grupo de personas que actúan relajadas, como todos los días, pero que también posan con desparpajo. Las acciones cotidianas y las performativas se entremezclan. La intimidad de una discusión sobre la vida sexual del grupo de amigas da paso a un momento de luto que, a su vez, se abre a una coreografía musical imperfecta y vital.

La cercanía de la cámara, su atención a los detalles interiores, a los gestos más reveladores, está remitiendo siempre a lo que ocurre fuera de ahí, en ese barrio bravo. Hasta los espacios sofocantes y estrechos llegan los ecos de los murmullos del exterior. Y llegan a tener una representación dramática en determinados momentos. Uno de ellos, captado en su brutal irrupción, da cuenta de los destinos precarios de los personajes.

Pero Antunes privilegia la “parte” antes que el “todo”. Mejor, la observación minuciosa de la “parte” da cuenta de un “todo” marcado por la anomía social.

Ricardo Bedoya