El pasajero

Liam Neeson pasa de la austeridad expresiva de “El informante” a la dinámica, cercana a la de un “cartoon”,  de “El pasajero”, de Jaume Collet-Serra. Si en la primera era el hombre del FBI que sabía demasiado, aquí es el desempleado que  cumple un rutinario viaje en tren sin tener idea de lo que le espera.

El que intente encontrar  realismo y verosimilitud en este thriller, que se abstenga. Lo que importa es el ritmo acelerado, la energía y la invención de recursos formales que permitan potenciar las acciones en los pasillos estrechos de un tren que avanza hacia su destino.

La estilización conduce a la abstracción y al absurdo: picados enfáticos, contrapicados y  trávelin de seguimiento se utilizan para dinamizar los espacios, delimitar sus límites y crear la impresión de una amenaza que llega de algún lugar indeterminado. El “fuera de campo” es singular, siempre en movimiento: una mirada omnipresente se ubica en un espacio no representado. Desde ahí lanza retos y acosa al personaje de Neeson, el hombre de la calle –miembro de esa clase media que odia a Goldman Sachs- que está atrapado, acaso por azar, en un engranaje fatal. Es el mecanismo dramático de “When a Stranger Calls”, pero sobre ruedas y a mucha velocidad.

El despliegue atlético de Neeson, propio de Jackie Chan en sus  buenas épocas, es el tributo casi hilarante que paga la película a la espectacularidad prometida.   

Más que a Hitchcock (citado una y otra vez, como letanía, ante cada película que asocie crímenes y trenes), “El pasajero” remite a thrillers ansiosos y formidables como “The Narrow Margin”, de Richard Fleischer, o “The Tall Target”, de Anthony Mann. Es decir, películas sobre el esfuerzo de un hombre común para variar el sino con el que se topa de repente. O para encontrar inverosímiles atajos que desvíen la imparable ruta del tren (esa metáfora del destino) en su recorrido.

 

Ricardo Bedoya   

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