Django. Sangre de mi sangre

“Django. Sangre de mi sangre”, de Aldo Salvini, demuestra que la creatividad no está divorciada de las intenciones comerciales. La ambición de romper taquillas no la convierte en una película negligente, descuidada y del montón, como tantas comedias peruanas de los últimos tiempos.

Aquí se nota la mano de un director que sabe lo que hace. La trama es débil y  muchas situaciones son convencionales y manidas –tópicos del género que Yashim Bahamonde y Salvini parecen haber cosechado en mil películas-, lo mismo que ciertos personajes, cercanos al trazo grueso, pero Salvini se las agencia para encontrar soluciones visuales, mantener la tensión y sostener la dinámica de un relato que avanza con intensidades diversas, tomando las agitadas mecánicas del thriller y los trazos visuales sumarios del cartoon.

A Salvini le fascinan los mundos marginales, la lengua de la calle, el color del barrio, el humor directo, los gestos de achoramiento, los códigos de las tribus urbanas, los personajes singulares, marcados, violentos, alucinados y extremos. Se siente como pez en el agua potenciando los desequilibrios y los excesos. Y para hacerlo recurre al repertorio esencial del lenguaje fílmico, en modo enfático, desde las angulaciones intencionadas hasta las posibilidades de un trabajo de iluminación y color (a cargo de Micaela Cajahuaringa) que esquiva cualquier verismo. Los espacios más sórdidos y mugrientos tienen un aire de estilización que da al traste con el realismo.   

Basta con apreciar el modo en que Salvini filma los rostros de los personajes para darse cuenta de su capacidad como director. No teme acercarse a los actores, hacer primeros planos casi sofocantes, pasar de un espacio abierto filmado con la cámara inclinada a un “close up” para ofrecer afectos e intimidades en medio de la violencia y el desorden. La proximidad al personaje de Django, encerrado en el encuadre, con los fondos en desenfoque, impone el carácter de un personaje que pretende estar de vuelta de todo lo que vivió.      

Tampoco teme romper la continuidad espacial, saltando el eje, para ofrecer las sensaciones de tensión o frenesí, como en el primer encuentro de los personajes de Giovanni Ciccia, Aldo Miyashiro y Emanuel Soriano. Ni dinamizar los espacios tiñéndolos de colores diversos –rojos, verdes o azules-  proyectados por zonas para acentuar  la atmósfera opresiva o amenazante de los lugares. Ni impulsar los desfallecimientos del relato mediante la alternancia de varias líneas de acción o con un súbito quiebre temporal.

Los mejores momentos de la película se los debemos a  ese tratamiento formal nervioso y entrecortado. Ahí están la secuencia inicial, la despedida de Django de la cárcel, el primer encuentro con Don Freddy, las escenas paralelas de sexo, el asesinato en el sauna, entre otras. Son momentos que despuntan, como desgajados de una trama genérica convencional.   Destacan también las actuaciones de Giovanni Ciccia, Stephanie Orúe, Emanuel Soriano y Óscar López Arias.

No estamos ante una película notable, ni mucho menos. Hay episodios muy débiles, como los del secuestro y el asalto al casino, y personajes que no funcionan, como el de la chica dinamita -convertida en presencia crepuscular, lo que no resulta muy consistente-,  pese a la solvencia de Melania Urbina, y el de Don Freddy, villano de opereta.  “Django. Sangre de mi sangre” nos recuerda que lo más importante en una película es la creatividad  de su tratamiento cinematográfico.    

 

Ricardo Bedoya

2 thoughts on “Django. Sangre de mi sangre

  1. Qué crítica para más benévola. A mí no me convencen de esta película ni siquiera los recursos visuales y ni me va ni me viene que Salvini estilize los ambientes “para descartar el realismo”. Simplemente me parece cine basura. Lástima nomás que la hayan desperdiciado a Melania Urbina. Lo mejor de la película es, salvando el ridículo de la escena y el riesgo de ser calificado como sexista, ver a Tatiana Astengo calata.

    • Y con todo respeto, no podemos olvidar el discurso falocentrista en el que se desarrolla la trama. En alguna época, hacer cine estaba directamente vinculado con el discurso de su película. Veamos que aquí, armar un frankeinstein no tiene nada de cinematográfico.

      Sí, se compone de un tratamiento fílmico, pero digamos que es un *publiflim* más del monton que recicla recursos convencionales para seducir la mirada y emoción del espectador. Una fotográfia con cierta constancia y disciplina, sí, pero con contrastes de color de nivel universitario. Close ups que más bien parecen un exagero audiovisual y empalagan a humilde espectador.

      Esta película no sería la misma a no ser por una edición que la salva de las frías actuaciones que se rigen por el espetáculo hacia el morbo del espectador.

      “¡Venga!”, que los momentos detalles son finos, casi me hacen creer que estoy en el Callao o en la mente del prota. Sin embargo, dejaré que esa exploración se la declara cada uno a sí mismo. Veamos cuando se dispondrán a construir una idea crítica de que hacer cine es una actividad política.
      Forma x Forma = Cero contenido.
      De esto, solo queda indignarse o reirnos.

Agregue un comentario a Alberto Cancelar respuesta

Su dirección de correo no se hará público. Los campos requeridos están marcados *

*
*
Website