Las horas más oscuras

“Las horas más oscuras”  está al servicio de la performance de Gary Oldman.  Transformado por el maquillaje, interpreta al primer ministro británico Winston Churchill, que enfrenta las horas oscuras de la amenaza nazi al Reino Unido.

Teniendo los mofletes, la papada y el puro como elementos de apoyo para el juego del actor,  el intérprete de “Sid y Nancy” y de “Romeo is Bleeding”  pule los desbordes a los que es afecto. Protegido por esa máscara el personaje transita de la Cámara de los Comunes a su gabinete de trabajo, y de ahí al baño de su residencia, exhibiendo las facetas del hombre público, el de los grandes y ardorosos discursos, y del privado, ese sujeto afecto a los berrinches, las rutinas y las manías.

El director Joe Wright, que tiene pretensiones estilísticas, oficia con los talentos propios de un cineasta de la más añeja tradición británica. Resalta los valores de producción, exhibe los atributos de una escrupulosa recreación de época y luce las cualidades de ambientación que están apuntaladas por una fotografía de acentos brumosos, contrastes netos y colores fríos, ocres, caobas y grises. Una opacidad que da cuenta del clima de pesadumbre de esos meses terribles. Wright se muestra virtuoso en los movimientos de seguimiento de los actores, en trávelin delineados con trazo geométrico que recuerdan los de “Expiación”. Una película a la que también remiten las menciones al episodio de Dunkerque y las recurrentes imágenes de los textos escritos a máquina por Lily James, en el papel de la secretaria del Primer Ministro, testigo de sus actos y encarnación de los sentidos comunes del pueblo llano frente a los exabruptos pasionales del líder.

Los personajes de Neville Chamberlain (Ronald Pickup) y el Vizconde Halifax (Stephen Dillane) aportan el antagonismo requerido para que los atributos del arrojo y la decisión de Churchill queden resaltados. Ofrecen también la oportunidad para que el guion descargue sobre ellos algunas frases afiladas, de flemática ironía.  

El retrato del personaje histórico es respetuoso y admirativo. El Churchill de “Las horas más oscuras” no llega a convertirse en una estatua de mármol, pero sí en el protagonista de una biografía autorizada.          

Ricardo Bedoya

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