El profesor Marston y la Mujer Maravilla

La creación de “Wonder Woman” tuvo un trasfondo turbulento.  La heroína del comic nació como producto de intensas experiencias eróticas -que dieron lugar a un “ménage à trois” repudiado por conservadora sociedad estadounidense de los años cuarenta-, de reivindicaciones feministas y de fantasías de sumisión y dominio, con prácticas sadomasoquistas incluidas.

“El profesor Marston y la Mujer maravilla”, de Angela Robinson, estrenada casi de modo clandestino, narra el origen del famoso personaje y los problemas de su creador, William Marston (Luke Evans), con una censura que vio en la mujer nacida entre en una comunidad de guerreras Amazonas  un factor disolvente y peligroso para la moral.

Enfrentado a sus puritanos acusadores, el personaje de Marston evoca el pasado: sus experiencias como investigador del comportamiento humano; el encuentro con Olive (Bella Heathcote), su alumna y asistente; los debates intelectuales con su esposa, Elizabeth (Rebecca Hall); las tensiones que se crean entre los tres; los inicios del poliamor; la familia alternativa que forman; el rechazo social a su modo de vida; el descubrimiento del “bondage”.  Esos episodios remiten a asuntos que parecen mantenerse inalterados casi ocho décadas después, sobre todo en estos tiempos de reacción conservadora y censuras solicitadas en nombre de las causas “correctas”.

El problema de la película es que todo este magma pasional queda convertido en agua de malvas. La puesta en escena es ilustrativa; la narración, lánguida; el ritmo, desmayado; los conflictos, declarativos; las intenciones, subrayadas. El profesor y su principal objeto de deseo están interpretados por dos actores que confunden la contemplación fascinada con la lasitud. Solo Rebecca Hall pone el nervio, la insolencia y la agresividad que exige el papel de Elizabeth.         

 Ricardo Bedoya

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