“La religiosa”, de Guillaume Nicloux, es lánguida, acumulativa, pálida como la luz que penetra a los claustros en los que Suzanne Simonin se ve obligada a permanecer. No por aludir a las referencias visuales de las Juana de Arco de Dreyer y Bresson, o a la Teresa, de Alain Cavalier, la película se anima, se carga de tensión o de drama. Por el contrario, se torna derivativa, caligráfica y pierde en la comparación.
El relato panfletario de Diderot se convierte en un monocorde catálogo de los sufrimientos de la novicia ilustrados por una cámara que tiende a la inercia. La académica corrección de la puesta en escena se anima con la aparición de la poderosa Isabelle Huppert, que hace de monja enloquecida por el deseo. Pero son apariciones breves y de contados minutos durante la segunda parte de la película.
Pauline Etienne, la joven que hace de Suzanne, aporta el rostro de desconcierto y la firme decisión de rechazar el claustro. Es frágil y dura a la vez.
Jacques Rivette hizo una versión de “La religiosa” en 1966. No es una de sus mejores películas, pero sí de las más conocidas. La benefició la prohibición de su exhibición en Francia. En cualquier caso, “La religiosa” de Rivette es bastante mejor que la de Nicloux.
Ricardo Bedoya