En un prolongado encuadre, Rocío y Aldana, apenas adolescentes, narran episodios de violencia sexual de los que fueron víctimas. Lo hacen con dolorosa serenidad, interrumpida solo por pequeños momentos de desfallecimiento. Sin apelar a artificios, respetando la intensa continuidad del testimonio oral, las intervenciones de ambas se convierten en fragmentos de memorias representadas, impugnación y testimonio.
En otro momento fuerte, una de las muchachas muestra las huellas que dejó el acto criminal en su cuerpo. La cámara recorre las marcas de la mutilación que sufrió. En esa escena, no hay más énfasis dramático que la cercanía del encuadre y la proximidad de la mirada. Vemos el cuerpo dividido por una frontera, los tejidos dañados, la textura de la piel diferente aquí que allá. Lo que pudo ser obsceno, no lo es. El horror de lo que descubrimos está atenuado solo por el pudor del registro.
Esas dos secuencias de “Primas”, de la argentina Laura Bari, resumen lo mejor del documental: su seca contundencia. Menos potentes son los pasajes que embellecen las siluetas y los paisajes, apelando a los atardeceres filmados con focales cortas. Es decir, cuando se “poetiza” la condición de esas dos mujeres resistentes, supervivientes.
Ricardo Bedoya