“El depredador”, de Shane Black, tiene un arranque prometedor. La aparición del personaje principal está cargado de choques “gore”, violencia seca y filmada sin complacencias, y un aire de aventura de serie B, con jungla de estudio y francotirador al acecho. La apariencia del ser es un combinado de “El reptil”, de John Gilling, “La cosa de otro mundo”, de Hawks y Niby, y “El hombre anfibio”, con un toque babeante que busca combinar el miedo con la repugnancia a la manera de “Alien”. Y la nave que llega del espacio tiene el aire inverosímil de un ovni extraído de alguna fantasía de Fred S. Sears.
Apuntando a la acción sin estridencias, los diez primeros minutos parecen firmados por el John Carpenter de los mejores tiempos. O por el John Mc Tiernan del primer “Depredador”.
Pero esa tensión inicial se pierde conforme avanza la narración. El horror se desvanece, el “gore” pasa a segundo plano y se multiplican los guiños cómplices y los coqueteos con mil y un películas conocidas. El conjunto de veteranos combatientes, duros y machistas, parece conformar una versión diminuta de “Doce del patíbulo”. Olivia Munn, que interpreta a una científica especializada en biología evolutiva, se esfuerza por parecer la Ripley de Alien pero no lo logra. El niño de la máscara se pasea en la noche de Halloween a la manera de “E.T”. y hasta se apunta una broma a “Jurassic Park”.
Y entre cita y cita se cuelan algunas bromas faltosas y bastante misóginas. Proliferan las peleas de todos contra cualquiera y la destrucción generalizada. Pero a estas alturas ya todo parece filmado con recetario. Da igual lo que pase; todo es mecánico y de pura fórmula.
Ricardo Bedoya