Rosa mística: ¿Estampitas conocidas?, por Isaac León Frías

Como suele ser habitual, el comentario de algunas películas peruanas se hace de una manera tan sesgada que finalmente aporta poco o nada a la comprensión de las mismas. Es lo que ocurre con dos artículos escritos en torno a la última obra de Augusto Tamayo, Rosa Mística, que estuvo prácticamente solo una semana en cartelera.  El problema está en el origen mismo lo que se escribe: el análisis crítico no puede funcionar bien si es que las premisas con las que se aborda una película son endebles. Es lo que ocurre con los comentarios de Sebastián Pimentel publicado en El Comercio (16/9/2018) y el de Mónica Delgado en el blog Wayka.

1) No se le puede atribuir a la película un sentido a partir de lo que diga el director. Es la propia obra la que se expresa, la que trasmite significados que incluso pueden entrar en contradicción con la intención, el deseo o el propósito expreso del realizador. En este caso, lo que se anticipa al inicio es una declaración general de intenciones pero no es ni puede tomarse como una pauta obligada para la interpretación (o las interpretaciones) que se desprenden del relato.

El sentido que trasmite Rosa Mística no es unívoco, más allá de los datos argumentales. Sí, se cuenta la historia de Rosa de Lima, a partir de los testimonios directos y los datos biográficos, pero afirmar que la película es “un compendio de estampitas conocidas” desdibuja totalmente el tratamiento visual de la película en la que, justamente, no existe la menor complacencia en una posible iconografía popular de la vida de la santa. Por ese lado, más bien, la película defrauda las expectativas de quienes buscan en ella un relato más o menos canónico y una exaltación de la vida de la santa. Es una de las razones que explican que, al cabo de la primera semana, se retirara de casi todas las salas y que permaneciera apenas en unos pocos (y malos) horarios.

2) El modo en que se abordan las secuencias de manera cronológicamente continua descarga todo posible adorno o aditamento y la acción se concentra principalmente en las dos líneas de incidentes que se van desarrollando: los que corresponden a las tensiones y fricciones de Rosa con sus padres y con las autoridades religiosas; y las que centran en la soledad del personaje y sus prácticas de mortificación corporal como una forma de acercamiento a la divinidad. Sin embargo, no se puede afirmar categóricamente que se trata de una propuesta religiosa, en primer lugar porque es ajena a las convenciones habituales en los relatos de la vida de santos. Aunque la línea argumental parezca apuntar exclusivamente en esa dirección, el autocastigo y la “purificación”que se inflige Rosa admite también otras lecturas.

Una de ellas es la que corresponde a la estimulación erótica tal como lo sugiere José Carlos Cabrejo en el texto publicado en este mismo blog, Rosa, misticismo y sexualidad,  y que se puede percibir en diversas escenas y no sólo en aquellas que muestran la autoflagelación. Otra, sin duda, sería una lectura a partir de la experiencia autopunitiva. Esta es, seguramente, la que muchos podrían inferir a partir de los condicionamientos del estado de la ciencia en la actualidad, que nos predispone a ver las cosas tal como las procesamos en nuestro tiempo. Pero, al margen de ese condicionamiento que tenemos los espectadores  hoy en día, hay indicios más que suficientes a lo largo de las imágenes para ver en ellas una suerte, no de exaltación porque el relato no es tremendista, pero sí de extraña e incierta complacencia con el sufrimiento físico.  Rosa Mística podría leerse, igualmente,  como el sofocamiento que ejerce la presión religiosa, eclesial, familiar y social en los tiempos iniciales de la colonia. Esta, que parece una interpretación un tanto oblicua, es totalmente aplicable, pues no hay prácticamente respiro fuera de un ordenamiento religioso que cubre prácticamente todo a lo largo del relato. Y también la película puede ser vista, por supuesto, como la confirmación de una conducta de santidad, tal como se entiende en la perspectiva católica.

En todo caso, la película no “impone” una lectura y eso le aporta un cierto nivel de ambigüedad creativa que la valoriza, que la potencia más allá de los indicadores de la anécdota. No es un relato simplista o una versión llanamente ilustrativa de la vida de Santa Rosa.

3) Escribe Pimentel en una frase incongruente “No se han podido sortear los estereotipos más obvios. Lo que es una lástima dado el reparto que tenía”. Ni señala cuáles son los estereotipos ni tampoco se puede establecer una relación de causa a efecto entre esos supuestos estereotipos con el reparto. Además, el reparto en líneas generales actúa con solvencia, empezando por Fiorella Pennano, quien le otorga al personaje la dimensión de carnalidad y humanidad que, justamente, no es habitual cuando se trata de biografiar vida de santos. Sí encuentro cuestionable el diseño del personaje de la madre que compone Sofía Rocha. No, en cambio, el coro de clérigos que se van sucediendo.

4) El peso del diálogo o de los textos verbales no traiciona el poder de la imagen como afirma Pimentel. No lo hace en absoluto en las películas de Marcel Pagnol, Sacha Guitry, Jean Renoir, Elia Kazan, Joseph Mankiewicz, Eric Rohmer y, más cerca de nosotros, Richard Linklater o Hong  Sangsoo, entre muchísimos más. No es un asunto de “exceso verbal” sino de talante y de tempo sonoro. No es que Rosa Mística sea declamativa y solemne porque los textos sean explicativos. Los textos son totalmente explicativos en Palavra e utopia (2000), de Manoel de Oliveira, pero están proferidos con un timbre tan peculiar y sugestivo y con una cierta teatralidad expresa, que los legitiman totalmente. Aquí hay una carencia en Rosa Mística: le ha faltado trabajar de una manera algo más ritual el asunto de las argumentaciones. Lo que sí hace, en cambio, con esa liturgia visual que proporciona la iluminación en claroscuros.

Se hubiera podido pensar, incluso, en un trabajo sobre la base de “cuadros” o “retablos” como unidades de articulación y no sólo para las escenas con los clérigos, pero la película opta por la separación en tramos o “capítulos”, más apegados a una dramaturgia clásica, sin querer hacer un enlace (un link se diría ahora) con alguna modalidad narrativo-representativa más contemporánea, la de un Jacques Rivette por poner un ejemplo.  De cualquier manera, el motivo de la verbalización tal como está sí resulta al menos algo sobrecargado. Le ha faltado a Augusto Tamayo cotejar algunas experiencias de representaciones de época, de estéticas barrocas o “esencialistas”, entre otras, no para copiar ni repetir nada, sino sólo a modo de conocimiento o confrontación con su propia propuesta.

5) El cuestionamiento a la supuesta opción “feminista” de la película que hace Delgado no tiene asidero. Afirma que son el padre y las autoridades religiosas los que le proporcionan el consentimiento y el aval a Rosa y que, por lo tanto, eso viene del “patriarcado imperante”. ¿Acaso no eran las cosas así en esos tiempos? Eso no significa que la película esté validando un orden patriarcal, sino que lo está registrando. ¿Pudo Tamayo haber mostrado las cosas de otro modo y presentar a una Rosa cuya rebeldía niega al padre y a la autoridad eclesiástica para hacerla más “feminista” ? Sin duda, esa era una opción posible, pero no ha sido la intención del director pues hubiese significado desconocer los datos biográficos y de contexto histórico que ha respetado como material argumental.

6) Rosa Mística no es la mejor película de Tamayo, pues El bien esquivo sigue ocupando ese lugar. Pero es superior a Una sombra al frente y retoma un motivo que le es caro y que menciona Bedoya en su crítica: el de los personajes obstinados, el de los que luchan contra las constricciones propias de su momento histórico, el de los que se rebelan contra las limitaciones que les impone el statu quo. Sus tres títulos más significativos son avatares de esas luchas, más intensas y dolorosas en El bien esquivo y Rosa Mística, que son las que proporcionan ese temple tensional interior que se siente en ellas. Esperemos que el proyecto de Flora Tristán sea, además, de un nuevo paso en la lucha de sus empecinados personajes, un relato que deslinde del retrato biográfico o histórico al uso (desde ya, Rosa Mística deslinda de esos modelos) y que pueda salvar, asimismo, los riesgos de una representación que dependa en exceso de la continuidad de la historia relatada, sin los contrapesos expresivos que le proporcionen una “encarnadura “ más vigorosa y, a la vez, más ligada a una estética que, sin renegar de las fuentes clásicas, tenga también al menos un pie en las estéticas contemporáneas.

Isaac León Frías

 

 

4 thoughts on “Rosa mística: ¿Estampitas conocidas?, por Isaac León Frías

  1. Cien por ciento de acuerdo contigo CHacho. Pimentel es una persona inteligente y sensible pero,no es buen crítico. Mónica, admiro su vocación de crítica pero, casi nunca la entiendo. Lo siento. Es mi opinión.

  2. Honestamente, ¿qué se puede esperar de ese par de pseudo-críticos (hablo de Pimentel y Delgado)? Su soberbia, altanería y creerse siempre “los dueños de la verdad” los descalifican totalmente. Sus críticas (¿?) dan vergüenza ajena.

  3. Honestamente, ¿qué se puede esperar de ese par de pseudo-críticos (hablo de Pimentel y Delgado)? Su soberbia, altanería y creerse siempre “los dueños de la verdad” los descalifican totalmente. Sus críticas (¿?) dan vergüenza ajena.

  4. Muy buen análisis lleno de objetividad crítica. Y aunque esta puede estar compuesta de subjetividad y de percepciones, que incluso pueden ser erradas pero respetables, en lo de Pimentel y Delgado hay incapacidad y/o mala leche. En todo caso tengo la sensación de que cuando se trata de comentar películas de directores peruanos reconocidos salen a relucir envidias y hasta odios inexplicables entre la gente de cine hacia dichos realizadores.

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