Había una vez… en Hollywood, una ficción sobre el presente. Escribe José Carlos Cabrejo

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Este texto es la versión extendida y con spoilers de la crítica de José Carlos Cabrejo publicada en el Facebook de la revista Ventana Indiscreta en el marco del Festival de Cine de Lima.

La novena película de Quentin Tarantino es una metaficción. Un filme que expone los modos de construcción de las películas y aloja a sus personajes en la frontera que separa a la realidad de la ficción. En ese sentido, es fiel a esa obra construida como escenario teatral, en el que un policía recibe clases de actuación para infiltrarse en un grupo de criminales en “Perros del depósito” (1992), o en el que algunos judíos se hacen pasar por oficiales nazis, imitando sus gestos y formas de hablar, en “Bastardos sin gloria” (2009).

Como muestra de ello, en una secuencia de “Había una vez… en Hollywood” el personaje de Sam Wanamaker (Nicholas Hammond) persuade en la grabación de una escena a Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), actor de una desaparecida y popular serie de TV que fracasó en su intento de alcanzar el éxito en el cine, para que se convierta en un “Hamlet maligno” (“Evil Hamlet”). La conexión de Tarantino con Shakespeare se hace así más explícita en su nuevo filme, sobre todo en referencia a un clásico inglés de la tragedia que, como diría Vargas Llosa, trasluce la “verdad de las mentiras”, a un personaje que se vale de la representación teatral para exponer hechos que realmente sucedieron.

La última entrega de Tarantino desmitifica así la construcción de las imágenes hollywoodenses: contrasta la imagen ruda y audaz del personaje de aquella fenecida serie de TV de género western con la del mismísimo intérprete, quien por el contrario es engreído y llorón. Más bien, su alter-ego, Cliff Booth (Brad Pitt), su doble de riesgo (stuntman) y asistente, tiene una imagen de “cowboy” mucho más próxima al personaje interpretado por Rick en la televisión, y no muy lejano del Aldo Raine de “Bastardos sin gloria”. Ese experimento de cotejar al personaje, al mito, con su actor, se aprecia en las escenas de Trudi, la niña actriz interpretada por Julia Butters, quien desea que la traten como si ella en realidad fuera el personaje que va a interpretar en una película. Del mismo modo, al personaje de Bruce Lee (Mike Moh) se le aleja de su invencible poder cinematográfico mientras trata de demostrar que es tan hábil en las peleas de la vida real como en sus filmes, lo que es narrado por Tarantino a través de un humor que se sirve de gags violentos, cercanos a la exageración de los cartoons.

Por ello, muchas de estas secuencias no son desvíos del relato o meras divagaciones. Más bien, son la progresiva y lúdica construcción de un relato que finalmente va a entreverar “lo real”, la narración de lo que ocurrió en las horas y los minutos previos al salvaje crimen cometido por los seguidores de Charles Manson, con “lo imaginario”, la intervención de dos personajes enteramente ficcionales, Rick y Cliff, que le salvan la vida a Sharon Tate en la pantalla que tenemos al frente. En “Había una vez… en Hollywood”, hay que estar atento a los detalles para descubrir no solo la unidad sino la riqueza de su sugerente arquitectura narrativa.

La secuencia en que el personaje encarnado por Margot Robbie ve en el cine la película “Las demoledoras” (The Wrecking Crew, 1969) de Phil Carlson, en cambio, funciona de otra manera. Hace ver a Tate atrapada en el mito. La cámara la mira embelesada, como una estrella en formación, que pudo seguir escalando en Hollywood. Y en ese sentido, se concibe en la película que el crimen de la “Familia Manson” no solo se cometió contra una persona, sino contra el propio cine.

Bajo esa dinámica, el visionado de la película adquiere una mayor profundidad si es que se conoce con más detalles la crónica de lo que fueron las horas y minutos previos de la muerte de quien fuera en vida esposa de Roman Polanski. Así, no solo se aprecia el trabajo minucioso de reconstrucción de los hechos, sino también cómo el realizador hace el experimento de fusionar la historia y la ficción, la historia que se refleja en una voz en off que imita las voces narradoras de muchos cuentos (y que le da sentido al título del largometraje), y la ficción que requiere del conocimiento de dicha historia para entender las licencias que se toman al plasmarla en el relato de la película.

“Había una vez… en Hollywood” ha sido descrita por muchos como una carta de amor escrita por el director a una época del cine norteamericano que parece sellar su desaparición con la propia muerte de Sharon Tate. Pero también es una carta de amor dirigida a los cineastas italianos que marcaron hondamente el estilo de Tarantino, como Sergio Corbucci y Antonio Margheriti (quienes a su vez devienen ficcionalmente en salvadores de una olvidada estrella norteamericana del western), así como a la maravillosa música popular norteamericana de aquellos tiempos, sea el folk rock de The Mamas & the Papas, el “blue-eyed soul” de Roy Head & the Traits, sea el Deep Purple de sus primeros álbumes con la voz de Rod Evans, sea el rock psicodélico de Vanilla Fudge, sea el rock de garaje de Paul Revere & The Raiders.

Pero más allá de la cinefilia o de la melomanía de Tarantino, “Había una vez… en Hollywood” es también una carta de desprecio preparada especialmente por él para sus detractores. Los seguidores de Manson acusan a la serie de TV en la que actuó Rick Dalton de haberles enseñado a ser violentos. Por ello, así como Cliff es el otro “yo” de Dalton, este personaje es el otro “yo” de Tarantino, igualmente acusado por sus obras de generar un terrible mal en la sociedad. Esos acusadores emplean expresiones similares a las de Donald Trump, quien, por ejemplo, echa la culpa de los atentados ocurridos recientemente en los Estados Unidos de Norteamérica a los videojuegos (por ello, no se entiende como algunos han podido afirmar que existen cercanías ideológicas entre esta película y el presidente norteamericano).

Asimismo, hay otro detalle fundamental a considerar sobre esos personajes, referidos como “sucios hippies” por Dalton. Son presentados como invasores del rancho Spahn, ese territorio en el que se rodaron varios westerns tanto en el mundo de la película como en el real. El dueño del rancho, interpretado por Bruce Dern, casi ciego, se ve sexualmente sometido por la Familia de Charles Manson, vista en los encuadres como una entidad amenazante.

El hecho de que el western sea un tipo de cine con altos niveles de testosterona, y que Sadie Mae (personaje que en la vida real fue uno de los responsables de la muerte de Tate, y que es interpretado por Mikey Madison) afirme en una escena que irá con miembros de su clan a “cortar pitos” en la casa de Rick, figura emblemática del género, refuerza esa visión del rancho Spahn como un espacio mítico, un templo cinematográfico, que al ser habitado por los enemigos de la ficción es objeto no solo de una castración simbólica, sino de un sacrilegio. 

¿Cómo reacciona Tarantino ante esos discursos? Pues después de hilvanar una narración con muchos momentos de humor pero con un ritmo dotado de una cierta lentitud, toma una buena cantidad de dinamita para hacer estallar en la pantalla la corrección política que adorna las redes sociales de hoy. Se llega a un éxtasis de violencia, que se torna hiperbólica y delirante, como un slapstick brutal, que se zurra en muchos de los discursos contemporáneos de género, pero amparándose de modo calculado y eufórico en la fantasía de un ajusticiamiento cinematográfico.

Más allá de su talento para crear personajes carismáticos, retratar el encanto de una época con la música y el color, y capturar nuestra atención con el tránsito y los diálogos banales de sus héroes, Tarantino mantiene ese espíritu casi adolescente de sus inicios. Termina en la película bañado en sangre falsa y alzando el dedo medio a todos sus enemigos. El director de “Tiempos violentos” (1994) lee el pasado para decir algo sobre un presente de inquisiciones y ánimo de censura contra el cine. Por todo ello, es un cineasta ejemplar.

 José Carlos Cabrejo

2 thoughts on “Había una vez… en Hollywood, una ficción sobre el presente. Escribe José Carlos Cabrejo

  1. Estoy de acuerdo con su reseña. Para mí la última película de Tarantino es la más madura que ha realizado hasta la fecha. No porque sea necesariamente la mejor sino por su significación, su carácter polémico y por la oportunidad que ofrece para mirar y reflexionar el cine actual.

  2. Muy agudo todo el análisis de José Carlos. Sin duda es una de las películas más ricas en posibilidades de lectura de las que se han estrenado en Lima en lo que va del año, un año mayormente deleznable de no ser por el Festival de Lima y los otros que, desgraciadamente, se acaban en pocos días para seguir luego con una cartelera exangue.

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