Hablemos de cine. Antología. Volumen 3. Texto de presentación en la FIL 2019. Escribe Emilio Bustamante.

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Hace unos días, con motivo de la presentación del libro El cine de los maestros, de Federico de Cárdenas, Isaac León volvió a mencionar el giro copernicano que significó Hablemos de Cine en la crítica cinematográfica en el Perú. Estoy de acuerdo en que fue con Hablemos de Cine que se operó tal giro, pero no exactamente por el abordaje de las películas por lo estrictamente cinematográfico, en contra de la crítica tradicional, enfocada en el tema y el contenido, pues ya Robles Godoy y Alfonso La Torre habían hecho pocos años antes una crítica anti contenidista. Robles Godoy ya había defendido la idea de que el cine era un arte con lenguaje propio, y había reclamado la atención sobre un cine moderno, en particular hacia las películas de Alain Resnais y Antonioni, desde su columna diaria en La Prensa y sus artículos en 7 Días del Perú y del Mundo. La Torre, por su parte, ensayaba una especie de post-formalismo o pre-estructuralismo en sus reseñas.

Lo realmente revolucionario de Hablemos de Cine en la crítica peruana, creo yo, fue  la revista misma como órgano de expresión de un grupo compacto de cinéfilos, y el activismo que este grupo desarrolló a partir de la revista.  Fue desde la revista y el activismo grupal que se expandió una manera (o unas maneras) de ver el cine y valorar las películas entre jóvenes aficionados. La influencia de Hablemos de Cine se incrementó por la legitimidad y el prestigio que rápidamente alcanzaron la revista y sus miembros entre un público aficionado que veía las mismas películas que ellos.

David Bordwell destaca que la crítica se lleva a cabo dentro de tres macroinstituciones: el periodismo, el ensayo y la academia, y distingue tres tipos de crítico: el crítico reseñador que escribe en diarios o semanarios de circulación masiva, el crítico ensayista que escribe en algún medio especializado destinado a cinéfilos o a un público intelectual entre cuyas aficiones se halla el cine, y el crítico académico que se desempeña en universidades y publica en revistas científicas respaldando sus interpretaciones en alguna teoría o modelo teórico de manera evidente y declarada.

En el ámbito cinematográfico, la aparición de revistas especializadas (o de ensayos) fue un factor fundamental para lo que Bordwell considera la institucionalización de la crítica, pues permitían análisis más profundos de los filmes que el espacio reservado a las reseñas en los diarios no facilitaba.

Ello ocurrió en Europa en la década de 1950, donde la aparición de revistas como Cahiers du Cinema, Positif y Movie coincide con el surgimiento del llamado cine moderno. Algo semejante, guardando las distancias, sucedió en el Perú con Hablemos de Cine. Probablemente a Chacho no le guste que se hable de una institución crítica al referirnos a Hablemos de Cine, pero haber creado algo que si no es una institución se le parece, en un país al que le hacen falta instituciones, tiene mérito.

La difusión de  Hablemos de Cine se realizó en sus primeros años en cineclubes y las interpretaciones de sus redactores eran discutidas en los debates, a menudo encendidos,  que se promovían en estos. Los mismos críticos de la revista participaron en la dirección y organización de cineclubes, creando así espacios para la institución.

La posición  de los críticos de Hablemos de Cine se consolidó a partir de su acceso individual a medios de comunicación masiva y a la academia a fines de la década de 1960 y comienzos de la de 1970. Desiderio Blanco empezó a escribir en el semanario Oiga en 1968; un año después Francisco J. Lombardi, firmaría artículos como “Lombardi Jr” en Suceso, suplemento dominical del diario Correo, donde fue reemplazado por Juan M. Bullita. A partir de 1974 Isaac León Frías comenzaría sus colaboraciones en el semanario Caretas, el mismo año un jovencísimo Ricardo Bedoya publicaría sus primeras notas semanales en 7 Días del Perú y del Mundo. En 1975 Federico de Cárdenas asumiría la página de cine del suplemento dominical de La Prensa.

Desiderio Blanco y León Frías, además, se incorporarían, el primero en 1966 y el segundo en 1968,  a la plana docente de la Universidad de Lima donde se  había creado una Escuela de Cine y Televisión que después se convertiría en Facultad de Ciencias de la Comunicación. Ambos ya enseñaban en la Universidad Católica, y Blanco, además, en San Marcos. Este ingreso al ámbito académico revestiría especial importancia, pues, como dice Bordwell, es a través de la educación que se transmiten los modelos y los procedimientos de rutina de la crítica.

Prácticamente en un lapso de diez años (1965-1975), los integrantes de Hablemos de Cine se habían constituido, pues,  en algo así como el establishment de la crítica cinematográfica del país y su “manera” de acercarse al cine era ya hegemónica. La influencia que tendrían se ampliaría sobre la realización: varios de los redactores de la revista pasaron a la dirección de películas de corto y largometraje (Lombardi, Tamayo, Huayhuaca, Reynaldo Ledgard, De Cárdenas, Bullita, Nelson García).

Hablemos de Cine dejó de aparecer en 1984: el sistema de exhibición y distribución de cine mundial había cambiado, varias salas habían desaparecido y la cartelera se había empobrecido. El país estaba en crisis, y también cambió. La era de los cineclubes había llegado a su fin. Ya los aficionados no veían las mismas películas que los cinéfilos redactores de la revista.

No obstante, Isaac León Frías fue nombrado director de la Filmoteca de Lima en 1986, el principal centro difusor de cine alternativo al de las grandes distribuidoras en la capital. En el ámbito académico, más críticos vinculados a la revista iniciaron sus carreras docentes en la Universidad de Lima y la Pontificia Universidad Católica del Perú (José Carlos Huayhuaca, Ricardo Bedoya, Augusto Tamayo San Román). En 1990 Isaac León se hizo cargo del decanato de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Lima y  Desiderio Blanco fue elegido rector de la misma casa de estudios.

¿Qué mantuvo a la revista durante dos décadas y por qué su estela fue tan larga en un país donde no hay continuidad ni institucionalización? Quizá la respuesta se encuentre en este tercer tomo de la antología de Hablemos de Cine.

Resulta aquí apasionante el recorrido desde los primeros textos de 1965 (el primero aquí es sobre La máscara de la muerte roja de Roger Corman, escrito por Carlos Rodríguez Larraín) hasta 1984 (el último antologado es un texto de Augusto Cabada sobre Pink Floy The Wall de Alan Parker).

A semejanza de otras revistas (como Cahiers du CinemaHablemos de Cine no mantuvo un mismo acercamiento teórico y metodológico a los filmes a través de los años, y este tomo es muy representativo de ello.  Desiderio Blanco, por ejemplo, pasó de la fenomenología baziniana, al estructuralismo y al marxismo (y en su última etapa de crítico –ya fuera de Hablemosde Cine– a la semiótica greimasiana y tensiva).

En los primeros artículos hay una fe ciega en la capacidad reveladora del cine a través de la puesta en escena. Bajo la influencia de Bazin vía Desiderio Blanco, se busca definir lo que es y lo que no es cinematográfico, identificar el cine-cine, que no sea literatura ni teatro. Y lo cinematográfico evita el montaje abstracto, y privilegia el montaje invisible y los planos secuencia donde los personajes puedan moverse, respirar, habitar el encuadre, descubriéndonos una “verdad” a través de las apariencias.

Este cine-cine es hallado retadoramente en películas industriales de Hollywood como My Fair Lady o en filmes de género despreciados por la intelectualidad como el péplum: La rebelión de los gladiadores de Vittorio Cottafavi es comentada entusiastamente por Juan Bulllita quien dice que este filme adquiere la verdad que tanto le falta a El silencio de Bergman. Bullita aclama a Richard Quine como un genio por Cómo asesinar a su esposa  y concluye su artículo con vítores: “¡Viva Richard Quine! ¡Viva Hollywood! ¡Viva Virna Lisi! ¡Viva el cine!”, acusa a Kurosawa de miserabilista e inflado por la crítica, y dice que el culto a Godard lo tiene sin cuidado. Pero también este joven desaforado de poco más de veinte años hace una sugestiva lectura religiosa de Hatari!, donde el hombre aparecería como el rey de la creación, y defiende con muy buenos argumentos la modernidad de Una condesa de Hong Kong de Chaplin.

Frente a la pasión fría de Desiderio y la pasión ardiente de Bullita, llama la atención desde los primeros números  la racionalidad de Isaac León. A pesar de que quienes lo conocemos sabemos de su emotividad y de sus digresiones en el diálogo y la exposición académica, como crítico Chacho es muy ordenado y sacrifica el estilo en bien de la claridad. Un ejemplo, que no está aquí es la introducción a la polémica con Robles Godoy, donde se pone por encima de la discusión y dice con lucidez que en ella se manifiestan dos visiones del cine, una que privilegia al lenguaje cinematográfico como instrumento de creación (la de Robles) y otra que confía en la imagen como descubridora de la realidad (la de Hablemos). En el volumen, este talante de Chacho se ejemplifica bien en su crítica a Las joyas de la familia de Jerry Lewis, donde disecciona didácticamente el estilo del autor: humor surrealista, decorado abstracto que potencia el humor surrealista, empleo de la elipsis, estructura cerrada de las secuencias. Más adelante, en Un camino para dos de Stanley Donen, repasa las parejas en la obra de Donen; y no le molesta la estructura del filme. Chacho es el menos fenomenólogo del grupo, y el más formalista.

Una de las incorporaciones importantes al grupo original fue la de Pablo Guevara, quien en 1968, antes de que Bordwell distinguiera el realismo objetivo y el realismo expresivo como tendencias del cine moderno en La narración en el cine de ficción, ya señalaba en un artículo sobre Bella de día de Buñuel, aquí incluido, que después de la Segunda Guerra Mundial el cine había desarrollado el documentarismo neorrealista y el onirismo surrealista. Mientras el primero buceaba en el documento para presentar  “la lógica-la crónica de los objetos exteriores”, el segundo lo hacía en el subconsciente para presentar “la lógica-la crónica de los objetos interiores”, afirma Guevara con sagacidad.

A pesar de los cambios metodológicos y hasta ideológicos que experimentó con los años, algunas constantes se mantuvieron en la revista: la defensa del cine como arte, la importancia de la puesta en escena sobre el tema y el argumento, la valoración del director como autor que se expresa a través de la puesta en escena, cierto aprecio por la forma clásica, y un rechazo al artificio de cualquier índole.

Hubo otros dos elementos que se conjugaron,  sin los cuales la revista no hubiera sido lo que fue ni hubiera ejercido la influencia que tuvo: la buena prosa de sus redactores y su pasión cinéfila. Recordemos que Federico de Cárdenas consideraba que la crítica de cine era un género literario, y que la revista incorporó como críticos a cinéfilos que también eran escritores (Ricardo González Vigil, Guillermo Niño de Guzmán, José Carlos Huayhuaca, Augusto Tamayo, Melvin Ledgard, Augusto Cabada), quienes evidenciaban en sus textos su pasión por el cine y el placer que sentían al ver películas.

Esa mezcla de fina escritura y pasión intensa, que a través del placer de la lectura animaba el deseo por el cine, hizo que Hablemos de Cine sedujera a sus lectores y  es lo que hace seductor a este libro, como lo comprobarán ustedes.

Emilio Bustamante

2 thoughts on “Hablemos de cine. Antología. Volumen 3. Texto de presentación en la FIL 2019. Escribe Emilio Bustamante.

  1. Si algo tendría que pedirle a Emilio Bustamante después de leer su texto (que amplía o redondea lo que ya había trasmitido oralmente en la presentación del tercer volumen de la Antología) es mayor extensión. Comprendo, sin embargo, que esa mayor extensión podría resultar excesiva para quienes no están comprometidos directamente ni tienen un interés especial en la trayectoria de la revista “Hablemos de Cine” y en el rol que le cupo en la historia de la crítica local. Como sea, y como sé que Emilio va a seguir investigando en la historia de la crítica de cine en el Perú, ya habrá ocasión de seguir leyendo sus textos, por lo pronto el que se anuncia sobre la obra crítica de Armando Robles Godoy que, al menos yo, espero con creciente ansiedad. La visión que ofrece Emilio me parece impecable y si algo extraño en ella es que no haya reseñado el rol de Federico de Cárdenas con mayor énfasis. Por otra parte, dos observaciones. Una de fechas: Desiderio se incorporó a la Escuela de Cine y Televisión en 1968 (después de haber sido docente el
    año anterior en la Universidad de Cajamarca) y yo en 1970. La otra de carácter anecdótico: ese final de la crítica de Juan Bullitta a “Como asesinar a su esposa” provocó una intensa discusión en el equipo de redactores pues nos parecía en exceso ditirámbico y en especial lo de “Viva Hollywood”, más aún cuando el “americanismo” de la revista era motivo de desconfianzas y rechazos en el medio local. El más resistente fue, por supuesto, Federico, que sostenía que aún cuando la nota estuviese firmada por Juan, comprometía a toda la revista. Al final, y en aras del respeto a la libertad de opinión, que Juan siempre blandió como algo intocable, se aceptó publicarlo. No dudo de que algunos años más tarde tal entusiasmo hubiese dado lugar a la escritura de notas que discreparan o puntualizaran lo dicho por Juan. Claro que el mismo Juan tampoco hubiese sido tan eufórico al respecto pocos años después.

    • Gracias, por las precisiones, Chacho. La razón por la que no me explayé en el papel cumplido por Federico de Cárdenas en la revista es porque pocos días antes, en la misma FIL, tú, Santiago Pedraglio y Alonso Cueto habían hablado extensamente sobre Fico y Hablemos de Cine en la presentación de su libro póstumo. Por lo demás, conoces -porque lo he hecho público- la importancia que tuvo Fico en mi afición al cine y mi vocación de crítico.

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