Vientos huracanados: ¿Se viene un neocomisariato moral frente al cine y a los productos culturales?

Jean Dujardin and Louis Garrel in J'accuse (2019)

Foto: “J’accuse” de Roman Polanski

 

En el interior de la Mostra de Venecia, actualmente en curso, se ha reproducido, con el esperado rebote en medios informativos y redes sociales, un debate que, por lo visto, va a permanecer vigente y, probablemente, creciente, por un buen tiempo. El rechazo de la directora argentina Lucrecia Martel desde su rol en el jurado del Festival a la persona (a la conducta que arrastra desde hace más de 40 años) de Roman Polanski, contrasta con los elogios a la personalidad y a la obra de Pedro Almodóvar. Nada que objetar al entusiasmo por el aporte creativo del manchego y a su participación en la renovación del cine español posfranquista. Bien merecidos los elogios, por cierto.

Sin embargo, y en esa construcción gigantesca participamos muchísimos, unos más que otros, se hace más que necesario precisar algunas ideas que en estos tiempos de renovado y a la vez resbaladizo terreno de los patrones de lo políticamente correcto y del enjuiciamiento moral de comportamientos, favorecido por la legítima defensa de los fueros de las mujeres, de los niños y de las minorías sexuales, requieren ser expuestas con claridad.

En primer lugar, es claro que lo que ya viene desde los tiempos del romanticismo literario y musical en el siglo XIX no ha hecho sino ir en aumento: la tendencia a la identificación entre el autor y la obra. Picasso y su pintura. Vargas Llosa y su obra literaria y ensayística. Bob Dylan y sus composiciones musicales. Autor y obra se implican constantemente. En ese maremágnum, qué difícil resulta separar al autor de su producción creativa, sobre todo cuando el autor tiene una resonancia pública desbordante. Por lo tanto, si hubo simpatías nazis, como en el caso del poeta Ezra Pound o del novelista Louis-Ferdinand Celine (o, también, del filósofo Martin Heidegger), la animadversión salpica de alguna manera la consideración de lo escrito por ellos.

Otro tanto es lo que viene ocurriendo con productores, actores y directores de cine. No estoy sugiriendo en absoluto que se ignore o se pase por alto abusos o atropellos de ningún tipo, pero temo que se reproduzca en nuestro tiempo una suerte de nuevo Index Prohibitorum, que proscribió tantos libros (y otras obras) en nombre de la salvaguarda moral de las almas. Que Roman Polanski realizó un acto penado por el que no ha rendido cuentas judiciales (aunque haya hecho reconocimiento público de culpa) no tiene por qué afectar su obra cinematográfica. Otro tanto ocurre con los cargos asignados a Woody Allen (y negados por él) que han hecho que su última película terminada no haya encontrado distribución en Estados Unidos.

No es que el cine esté por encima de la moral personal. Es que se trata de dos órdenes de cosas que no debieran entremezclarse y cuya confusión ya viene produciendo un clima de enrarecimiento creciente que los últimos sucesos en el Festival de Venecia no hacen sino incrementar.

Es verdad, y esta es la segunda consideración que quisiera destacar, aunque ya está mencionada antes, que el protagonismo del autor ha venido alcanzando picos mediáticos cada vez mayores. El “estrellato” del creador (cineasta, escritor, músico o artista) se ha extendido al lado de varios otros estrellatos (el de los futbolistas, tal vez en el tope de todos), con lo cual la idolización del artista empaña la posibilidad de establecer una barrera razonable entre autor y obra. Más aún, cuando las autoficciones y las estéticas del “yo” se instalan en un orbe en que las afirmaciones de la individualidad (y del individualismo como modelo o ideal de vida) parecen dominar por completo el panorama. De ese modo  ¿cómo diferenciar el valor creativo de un escritor que se desgarra en una prosa confesional finalmente favorable a sus opciones personales de otro que confiesa actos repudiables con brillantez expresiva?

Estamos ante la penosa variante de la dicotomía que se establecía antes con un criterio de moral católica: o la obra bendecida por su contenido ético, o la obra condenada por atentar contra los principios canónicos que deben regir las conductas. Lo que se podía ver o leer frente a lo que no se podía ver o leer. La tabla de calificaciones morales. Estamos si no ya, en el umbral de modos de un neocomisariato moral y cultural, que llega por vías antes impensables: no de las autoridades políticas o religiosas (o ambas a la vez), sino de las fuerzas sociales que, en aras de objetivos que pueden ser justos y razonables ( y que por supuesto lo son en la previsión de abusos o crímenes contra mujeres, menores de edad o representantes de minorías sexuales), pueden conducir a la censura o a la exclusión de obras artísticas, sean libros, películas, canciones, piezas dramáticas y más.

Y cuando digo obras artísticas no sólo me refiero a aquellas que tienen una alta categoría creativa, pues la defensa libertaria alcanza a todas, incluidas aquellas que pueden ser deleznables desde la perspectiva del valor estético. Me temo que, si antes nos enfrentamos por años a las censuras que venían de las oficinas de calificación establecidas por el gobierno, y a las que procedían de presiones de la Iglesia, de otros gobiernos o de diversos grupos de interés (militares, empresarios, partidos políticos, etc.), ahora nos toca enfrentar a otras que, procedentes de la “sociedad civil”, y por defendibles que puedan ser en sus propósitos, están estableciendo parámetros muy parecidos a los que antes se aplicaron en América Latina, en la España franquista, en la Unión Soviética y en casi todos los países (unos más, otros menos) del Occidente capitalista-liberal, del espacio socialista comandado por la URSS, de la China Popular, del mundo árabe musulmán y de otros, pues casi no se salva nadie.

Nos corresponde a los críticos, pero no sólo a los críticos de cine, por supuesto, sino también a los propios cineastas y a todos aquellos que están comprometidos e interesados en la defensa de los fueros de la actividad y la producción cinematográfica, que es el espacio en el que nos novemos en este blog, estar muy alertas en este debate delicadísimo y a la vez muy espinoso. A otros les toca lo suyo en sus respectivos terrenos.  Sin sentirnos dueños de ninguna verdad infalible, pero sin dejarnos avasallar por lo que puede convertirse en una prédica de carácter casi dogmático.

 Isaac León Frías

 

 

3 thoughts on “Vientos huracanados: ¿Se viene un neocomisariato moral frente al cine y a los productos culturales?

  1. Da la casualidad que los directores involucrados en delitos sexuales, actos reñidos con la moral o posiciones políticas extremas son hacedores de buen cine. Pero, como usted dice, hay que saber separar la obra de la vida personal de sus autores sin pasar por agua tibia los hechos condenables y sin establecer comisariatos o un index. Al parecer la directora Lucrecia Martel ha optado por esto último y lamentablemente su posición va a impactar en la distribución de la última película de Polanski como ya pasó antes con Woody Allen. Y por supuesto que nuestros hipócritas programadores, que ya hace 7 años negaron el ingreso de Melancolía de Lars Von Trier y hace 3 de Café Society de Woody Allen cuando nuestros vecinos las vieron con normalidad, van a tener un pretexto más para llenar nuestra pobre cartelera de películas ningún valor.

    • Estimado Gustavo, te invito a que revises bien las declaraciones de Lucrecia Martel, ya que en ningún momento ha abogado por censurar la obra de nadie, incluso dejó en claro que hay que ver todo el cine (eso incluye a quienes han cometido actos terribles en sus vidas personales) y pensar en la complejidad humana al encontrar obras con valor estético que fueron hechas por gente que cometió crímenes. Ella invitó a la reflexión, no apoyó ningún comisariato como señalas en tu comentario. Solo quisiera aclarar ese detalle.

      Saludos.

  2. Es verdad que Lucrecia Martel no censuró la película de Polanski, y que ésta ha obtenido finalmente el Gran Premio del Jurado, pero resulta impertinente que un presidente o presidenta del Jurado haga las declaraciones que hizo en ese momento. Si no asistía a la gala o no entregaba personalmente el premio es otra cosa. Y si hacía después de la premiación se pronunciaba sobre Polanski como persona o con relación a la violación de la menor en 1977, en buena hora. Esa es la objeción que se le hace a Martel. O que yo, personalmente, le hago.

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