Veo, después de muchos años de curiosidad, “Milestones” (1975), de Robert Kramer y John Douglas, en DVD editado por Intermedio, en versión restaurada por la Cinemateca de Lisboa.

En más de tres horas, el documental ata la memoria de los militantes estadounidenses de izquierda de los años sesenta, y su oposición a la guerra de Vietnam, con una tradición de lucha que pasa por la resistencia Sioux, por los combates por los derechos civiles y las intervenciones de anarquistas en enfrentamiento permanente con el estado y sus administraciones. Pero Milestones no solo recuerda la historia. También echa una mirada autocrítica al presente de la militancia en esos años desencantados de mediados de los setenta.

Kramer realiza un filme épico, por su ambición, envergadura y metraje. Pero es la épica  de los gestos utópicos, de la lucha que quiere mantenerse pero se posterga, de la diáspora que sobreviene al acabar la etapa más crítica del enfrentamiento con el sistema.

La película se construye con fragmentos filmados aquí y allá: en Nueva York y en una comuna libertaria, en el desierto y en el campo. Y registra personas que buscan protección porque han perdido sus referentes. Los espacios y los tiempos se mezclan, así como tampoco se distingue la crónica documental de la representación ficcional. “Milestones” es bitácora, elegía, testimonio directo, crónica de una época, viaje interminable por el desaliento, pero también en busca de nuevas expectativas, como el recorrido de Ethan Edwards en “The Searchers”.

La película va diseñando a una comunidad virtual de personajes repartidos por el amplio territorio de los Estados Unidos, unida por similares ideales y desconciertos. La extraordinaria secuencia final del parto, asistido por los amigos, tiene una auténtica impronta fordiana. En torno a esa mujer, y al niño por nacer, se forma un comunidad y se renuevan los vínculos sociales y humanos. “Milestones” es uno de los grandes documentales.

Ricardo Bedoya

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