En “La televisión y yo” (2002), Andrés Di Tella entretejió la historia de la televisión argentina con la memoria personal, a través de la evocación del trabajo de dos figuras patriarcales: la de Jaime Yankelevich, el empresario que edificó un imperio, y el de Torcuato Di Tella, su propio abuelo, figura central en la vida económica e industrial de la Argentina del siglo XX. Historia de auge y caída. En “Fotografías” (2007), Di Tella se examina a sí mismo en el curso de una pesquisa sobre su madre, Kamala Di Tella. Investigación sobre una figura elusiva y viaje personal. Autorretrato en tránsito por la India y por la Patagonia. Fotografías traza una “autobiografía edípica”, como la definió él mismo.
Al preguntarse sobre la madre y sobre su propia identidad, Di Tella pone en cuestión la figura de Torcuato, su padre, más bien autoritario y desapegado. Pero como en toda búsqueda íntima, al final de la película quedan espacios por esclarecer.
En 2015, hace “327 cuadernos”. Se acerca a Ricardo Piglia y a su heterónimo Emilio Renzi. Cotejándose con la figura del escritor, Di Tella se reconoce en su gusto por los viajes, en la apelación al diario íntimo, en el impulso por registrar la memoria personal. Estando frente a Piglia, al que admira como maestro, Di Tella se construye como personaje.
De una figura paternal pasa a la otra. Del mentor intelectual, al progenitor. En “Ficción privada”, el padre biológico se descubre en imagen y en palabras, las de su correspondencia con Kamala. Lo que sigue es una actualización de esa correspondencia, en la voz de personajes-actores-performers, que incluye a Edgardo Cozarinsky, otro mentor. El dispositivo busca recrear el pasado de los padres del realizador a través de los textos de antes y de las voces de ahora. Los fragmentos epistolares acompañan fotos que no necesariamente coinciden con las épocas en las que se escribieron las cartas. Esa asincronía aporta un aire de intemporalidad al discurso amoroso que se desprende de las palabras. Intemporalidad y extraterritorialidad, pues esta “ficción privada” también es un recorrido por ciudades y lugares visitadas por los padres.
Pero lo más atractivo es el modo en que Di Tella convierte el legado documental de sus padres en patrimonio. Las imágenes fotográficas y las filmaciones de época son un acervo que se actualiza con las lecturas de hoy. La pareja joven y el viejo Cozarinsky aportan acentos distintos a la experiencia del amor, la lejanía geográfica y la diferencia cultural entre los padres. Dentro de veinte o treinta años, otras voces bien podrían releer las cartas de Kamala y Torcuato otorgándoles nuevos sentidos. El material de archivo no solo se incorpora a la película. “Ficción privada” es parte de él, se asimila al acervo. En su fusión, el patrimonio se amplía y sirve como nexo entre generaciones, lo que explica la intervención de Lola, la hija del cineasta.
En el curso de la película, el realizador no solo redescubre a sus padres. En verdad, ellos le legan los insumos que lo convierten en cineasta.
Ricardo Bedoya