Películas para ver durante el confinamiento: 1, 2, 3, 4, 5, 6, de Eduardo Quispe

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Las películas de Eduardo Quispe Alarcón se pueden ver aquí.

El artículo que sigue recoge y modifica algunos párrafos del texto sobre las películas de Quispe, hasta 5, que publiqué en el libro “El cine peruano en tiempos digitales (Universidad de Lima, 2015)

1 (2008), 2 (2009), 3 (2010), 4 (2011), 5 (2014), de Eduardo  Quispe  Alarcón (Ayacucho,  1980), son películas  emblemáticas de la vertiente  auto-gestionada del cine limeño.  Jim Marcelo Santiago aparece como codirector de 3, y responsable de la cámara y fotografía de las cuatro primeras películas. Quispe y Marcelo provienen de las artes plásticas. 

Las películas tratan asuntos vinculados con el estar en la ciudad, insertarse en sus espacios, pertenecer o ser ajeno a ellos, y transitar en una suerte de constante y errático desplazamiento. En esas películas, Lima es como un palimpsesto en el que se inscribe una y otra vez el mismo recorrido (la deriva) y en el que se escribe el mismo texto, con variantes: el sujeto en deriva.

Sus protagonistas  —si así puede llamárseles,  ya que  las películas  no  siguen  las reglas de  la representación tradicional— se muestran  ensimismados o, como en 5, pasan por estados de ánimo cambiantes, de la euforia al laconismo.  Son personajes solitarios. La cámara registra sus diálogos en planos-secuencias interrumpidos con fundidos en negro o transiciones bruscas.

Pero hay diferencias importantes en los tratamientos cinematográficos de cada una de las películas.

En 1, la acción  se concentra en  registrar  las largas peroratas  enunciadas  por  la pareja  protagonista (Quispe  y Grecia Aguinaga) durante tres encuentros que el montaje va organizando. Cada uno de ellos esboza estrategias para construir una relación de pareja, aunque ningún ideal romántico se llegue a consumar.   Por el contrario, las expectativas de lo posible son reemplazadas por la vivencia de un presente siempre precario.

Mientras tanto,  los personajes formulan  una  y otra vez sus juicios y dichos sobre las relaciones  posibles,  o deseables, entre  varones  y mujeres. La cámara  se hace  notar  con  movimientos  desordenados en  torno de ellos. Esa inestabilidad  de los encuadres redobla  la incertidumbre y aporta  un sentido  de acuciante  tiempo  presente: las relaciones  representadas solo tienen  posibilidad  de existir aquí y ahora. […]

La fragilidad de los sentimientos es una impresión  reforzada por  los escenarios  naturales  elegidos:  la pareja se encuentra en lugares públicos  (una calle anónima,  un restaurante, el patio de una vieja casona limeña  de los Barrios Altos), donde  no  cabe  afincarse  ni tener  privacidad.  La banda  sonora  es un  amasijo  de  ruidos  parásitos,  efecto  de  un sonido  directo “sucio”.

En 2, la ciudad tiene una presencia más definida, pero también más fragmentaria. Las imágenes se desenfocan, granulan, y se ofrecen como mosaico.  La planificación es abierta, abarcadora y muestra a la Lima bullente de cualquier día. Los protagonistas son solitarios que marchan en paralelo, aunque provengan de orígenes sociales diferentes.  Se hartan de las rutinas colectivas de  fiestas  y celebraciones y prefieren dejarse ir a la deriva por el desorden de la ciudad.  La película los muestra sobreimpresos en el magma urbano.  Sus trayectorias concluyen al encontrarse en la banca de un parque:  el diálogo que mantienen, sobre películas de amor y el quehacer cotidiano, solo aporta irresolución.

 En 3, parejas sentadas  en diversas bancas  de un parque  limeño conversan  sobre  sus afectos  e intimidades.  La cámara  se desplaza  de  una banca  a otra, y de una  pareja  a la siguiente,  en un plano  secuencia  de 68 minutos  de duración.

En 4, el protagonista sigue una trayectoria nerviosa por la ciudad. Es testigo de hechos cotidianos, que observa de modo casi subrepticio. Está ahí, en el lugar preciso donde una mujer, o un grupo de mujeres, lucen su sensualidad.  Aunque  lo atrae  una  joven vendedora de películas en el mercado  de Polvos Azules, acaso ella es la representación metonímica  de todas  las otras muchachas que  vemos  en 4 (o de todas las que  hemos  visto en las películas  anteriores):  mientras  algunas  conversan  en  un  baño  sobre  asuntos  íntimos,  otra  arregla  cuentas  con  su pareja mediante  una conversación telefónica.

En 5, una pareja de enamorados ( Jamil Luzuriaga y Eduardo  Quispe Alarcón) conversa  en un parque  del malecón  limeño  mientras  se graba con  una  pequeña cámara.  Por  momentos, el  encuadre se  desvía  hacia  la  costa  para  mostrar el atardecer o para seguir el recorrido de  algunos  transeúntes.

Los protagonistas de las cinco películas son jóvenes, acaso universitarios, que ventilan cuitas sea en largas conversaciones o mediante diálogos entrecortados que se suspenden, de modo abrupto, para retomarse más tarde, como ocurre en 1. Las parejas se citan, se encuentran, conversan, o acaso se desencuentran y no llegan a entablar las relaciones que pretenden, como en 4. O conocen el desencanto, al caer la tarde, como en 5.

En todos los casos, el empeño del varón  termina  en suspenso o en una  situación expectaticia.  Porque ama y no es amado.  Porque mira sin ser  visto.  O  porque algún  antiguo  enamorado llama  al  teléfono móvil en el momento menos  oportuno y remueve  la memoria  de viejos afectos  en  la muchacha. Las separaciones llevan  a etapas  distintas  de la misma relación o a encuentros diferentes de la pareja, presentados mediante  saltos temporales y cambios  de espacios  físicos (en 1), o a la inserción  de  imágenes  de  la ciudad  o de  aves  u objetos  diversos  (en 2), o al tránsito fisgón por las intimidades  de las personas que conversan o reposan en un parque  (3). En 4, el empeño amoroso tiene una variante.  El protagonista se halla paralizado  en  el intento  de  abordar a la joven que le atrae y, en ese trance, descubre las escenas menos deseables de la vida en pareja.  En su periplo urbano se enfrenta a las representaciones de  los  celos,  el desamor,  la intolerancia.  Es un pequeño teatro de desencuentros que  se despliega  ante  sus ojos.  […]Tal vez el rasgo más llamativo de estas películas sea el tratamiento audiovisual  de la ciudad  de Lima.

En un momento de 1, el personaje principal,  encarnado por el propio Eduardo  Quispe,  le dice a su interlocutora que detesta  el distrito de Barranco  y lo que  significa ese lugar en el imaginario  limeño,  por su asociación con lo criollo. Más tarde, el mismo personaje expresa su disgusto por el cebiche.  Esas líneas de 1, filtradas entre  los abundantes diálogos de  la pareja  protagonista, hacen  las veces  de  una  declaración  de  principios y exponen una característica  de las películas  de Quispe.  Definen también el empeño de una franja del cine digital urbano autogestionado: su recusación del “limeñismo”, o del criollismo, y su representación en el cine peruano del pasado.  Impugnación de sus ambientes naturales y de las entonaciones empleadas en los diálogos, ofrecidas para el reconocimiento  del público  urbano.

 El rechazo  al criollismo de Barranco y al sabor del cebiche en una película con las características de estilo que posee  1 trasciende  la mención al lugar, a su tradicional  “movida” bohemia,  y al culto del plato costeño. Es, más bien, la resistencia a un modo de representar lo limeño acuñado desde los años setenta:  las ficciones con personajes típicos, designados por sus extracciones sociales o segregados por ellas. Determinismo  que obliga  a  los  personajes  miraflorinos  o  victorianos  a  entonar  y hablar como tales; es decir, como lo ordena  el estereotipo.

Pero la recusación  de ese limeñismo adherido al cine de los setenta,  y a una franja del actual, no se limita a cuestionar  los recursos  que buscan identificar al público  con los personajes de las clases medias  tradicionales. Se impugna también a los personajes emblemáticos, como los “niños de la calle” del Grupo Chaski, modelados por la sociología.  Y se ignora a los que  siguen  itinerarios  de dolor,  a la manera  de los relatos de integración simbólica a la ciudad en el estilo de La teta asustada,  o de asimilación a ella luego de la experiencia de la violencia (Cuchillos en el cielo).

¿Hacia dónde apuntan las películas de Quispe?   ¿Cómo son los registros alternativos de comportamientos en los espacios  urbanos  que las películas  muestran?

Los cinco títulos evitan concebir el cine como un lugar de encuentro entre el espectador y su reflejo. No pretenden propiciar la identificación con  los personajes y los lugares  emblemáticos de la ciudad,  ni ofrecen el retrato del “ser como somos”, en clave a veces dramática  (Los amigos, de  Lombardi),  ligera (Mercadotecnia o las desventuras  de Mercurio, de Augusto Tamayo San Román), absurda (los episodios  de Una raya más al tigre), o convocando las maneras  de la comedia  costumbrista,  como lo hizo José Carlos Huayhuaca en Intriga familiar  (episodio de Cuentos inmorales).  Se alejan también de las formulaciones alegóricas o de la simbología  inserta  en el curso de las acciones […]

Ricardo Bedoya

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