Michel Piccoli, una vez más

Foto de Michel Piccoli - El desprecio : Foto Brigitte Bardot ...

 

Ha muerto Michel Piccoli, uno de los actores más importantes del cine en los últimos cincuenta años y gran figura del teatro francés.

Como lo ha recordado Isaac en el post anterior, Piccoli trabajó con los mejores, desde Buñuel hasta Hitchcock, pasando por Melville, Ferreri, Godard, Manoel de Oliveira, Sautet, Varda, Chabrol, Resnais o Berlanga.

A todos ellos les prestó su presencia inquietante, de seductor a veces cínico, a veces cerebral, siempre calculador. Fue Luis Buñuel, por supuesto, el que mejor aprovechó esa imagen: cada intervención de Piccoli en “Bella de día” produce en los espectadores la misma incomodidad que siente ante su presencia la bella Severine. Hay en él un costado de lubricidad ventajista y perversa. El personaje de Deneuve lo imagina en pleno ejercicio de crueldad. Es él quien la cubre de barro, a modo de tortura. No es casual que el propio Buñuel, dos años después, en 1969, lo convirtiera en el Marqués de Sade para “La vía láctea”. Y no olvidemos los impulsos que lo movían a acosar a Jeanne Moreau en “Diario de un camarera”

Con Sautet es el profesional reposado, acomodado y maduro que, en un momento decisivo, pasa revista a su pasado y encuentra afectos y melancolía (“Las cosas de la vida”) al lado de Romy Schneider (con la que también estuvo en “Max y los chatarreros”) y Lea Massari, nada menos. Y se integra en la “foto de familia” de “Vicente, Francisco, Pablo y los otros”, posando junto con Montand, Reggiani y Depardieu. Aquí muestra un costado egoísta y roñoso, con un toque de malhumor, propio de cierta burguesía francesa que Sautet supo retratar muy bien. Por cierto, Piccoli recibió de Sautet un papel magnífico, de acentos oscuros y mórbidos, en la notable “Mado”. Es una de sus mejores actuaciones.

“Boda sangrienta” descompone la figura del burgués provinciano al envolverlo en un affaire amoroso triangular, excesivo y grotesco, de puro guiñol chabroliano, que involucra también a Stéphane Audran y a Claude Piéplu. Chabrol socava la figura del ciudadano Piccoli y lo enfrenta a un “amor loco” y destructivo que se exhibe con contorsiones corporales y puro esperpento. La clave opuesta a las “performances” de silenciosas rutinas que mostró en la formidable “Dillinger ha muerto”.

Descomponen también la aparente cordura de Piccoli cineastas como Ferreri y Faraldo. El rito burgués de la preparación de la cena está en el centro de dos películas de Marco Ferreri que ligan el comer –o el devorar- y la muerte: la formidable “Dillinger ha muerto” y “La gran comilona”. En “Themroc”, de Claude Faraldo, su personaje cumple un tránsito regresivo que lo lleva a expresarse con gruñidos como una forma de rechazar la sociedad y la cultura que impugnó Mayo del 68. Un tiempo de utopías revolucionarias recreado también, con intervención de Piccoli, por Louis Malle en “Milou en mayo”, repleta de guiños buñuelianos.

Fue una suerte de “alter ego” del cineasta convertido en pintor en “La bella mentirosa”, de Jacques Rivette, poniendo en escena a Emmanuelle Béart y señalándole la posición ideal y el lugar preciso en el espacio del lienzo-pantalla. Y se le oyó cantar en “Las señoritas de Rochefort”, de Jacques Demy, con el que filmó la secuencia que prefiero de toda su filmografía: la discusión trágica que mantiene con Dominique Sanda en “Un cuarto en la ciudad”. Y apareció en “El desprecio” (en la foto), uno de los títulos más entrañables de Godard, usando el sombrero que homenajeaba al Dean Martin de “Dios sabe cuánto amé” (“Some Came Running”), que es la película más entrañable de Vincente Minnelli.

Y se encontró en una cena intemporal con la Severine de “Bella de día”, ahora con los rasgos de Bulle Ogier, en “Bella siempre”, de Manoel de Oliveira, al que acompañó también en “Regreso a casa”, junto a un Mastroianni en el final de su carrera. Y fue cómplice de Alain Resnais en la crepuscular “Vous n’avez encore rien vu”, un tributo al oficio de los actores. Y se obsesionó con la muñeca inflable de “Tamaño natural”, de Luis García Berlanga, retomando su filón de fetichista salaz. Y estuvo en “Le Doulos”, de Jean-Pierre Melville, en tiempos en los que todavía no era protagonista, ya que el actor de moda a inicios de los años sesenta era Belmondo. Y participó en un curioso y disparejo trío junto con Juliette Binoche y Denis Lavant en “Mala sangre”, de Léos Carax. Y Hitchcock lo eligió para participar en ese intrincado juego de apariencias y ambigüedad que es “Topaz”.

Libertino o gran burgués, actor secundario con Renoir o Melville y luego estrella central del cine europeo, Piccoli siempre estuvo ahí y siempre supo estar bien.

Ricardo Bedoya

 

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