FIACID 2014: Blasfemo

 

“Blasfemo”, segunda película del peruano Miguel Vargas, es más lograda que la anterior, “Demo”. En realidad, se trata de una película atractiva y extraña.

Los primeros minutos desconciertan e irritan. Aparecen como un borrón, puro magma. Una pareja conversa en la cama, mientras ven televisión. El hombre quiere irse, pero la mujer le pide que se quede. Los diálogos son casi inaudibles por la interferencia del sonido que viene del aparato de televisión. En la imagen, se suceden los desenfoques. El encuadre, de larga duración, empieza a ser interrumpido por cortes bruscos.  Esa primera secuencia establece los propósitos y el tratamiento de lo que sigue: registro en tiempo presente; sonido “sucio”, imagen “desaliñada”, blanco y negro contrastado, casi expresionista y, sobre todo, la apariencia de absoluta cotidianeidad en las acciones, por más extremas que sean.

De la confusión va apareciendo, poco a poco, una narrativa. Dividida en capítulos, la película construye una trama de ingredientes criminales, entre otras que no se pueden revelar. Pero Vargas, a diferencia de otros cineastas limeños del cine autogestionado, desbarata cualquier filiación genérica. No le interesa el suspenso, ni la tensión creciente, ni lo dramático en el sentido tradicional. Los personajes están ahí, hablando mucho, pero sin explicar sus funciones o papeles. Se definen en la acción, que aparece de modo brusco y repentino: son momentos de cine “negro”. Tienen fuerza; son secos y contundentes.

Algunos podrían reprocharle a Vargas la precariedad del acabado técnico, pero ese reparo resulta descaminado.  Lo más interesante de “Blasfemo” es ver el modo en que surge un relato de la oscuridad inicial y de su zigzagueante desarrollo.  Y de como la película pasa de lo trivial a lo sórdido a fuerza de organizar espacios y crear atmósferas, cada cual más turbia que la anterior.

 

Ricardo Bedoya

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