Apuntes: algunas películas peruanas recientes

 

¿Cuál es la mejor película peruana que viste en los últimos meses?, pregunta un alumno.

Sin duda, “El abigeo” (2001), de Flaviano Quispe, y “Rosa” (2010), de Dalmer Quintana”, respondo. No son recientes, pero las vi este año y destacan sobre las estrenadas en salas comerciales.

Esas películas no son simulacros, ni repeticiones mecánicas, ni productos de un recetario aplicado con calzador. Tampoco son cuadros sinópticos que exponen las cuatro o cinco ideas que un principiante debe conocer del cine de terror o de la comedia romántica. Por el contrario, son miradas originales sobre asuntos ya tratados (la justicia popular; el crecimiento de una niña) y se desarrollan es espacios físicos –parajes alto andinos- que nunca se habían representado de esa manera: de modo frontal, sin idealizar ni poetizar y, claro, rehuyendo cualquier “corrección” estética o ideológica.

Pero la pregunta no se refería a esas películas provenientes de diversas regiones que  pocos ven y atienden (1). Aludía a las estrenadas en lo que va del año.

 

De ellas, la única que muestra virtudes es “El vientre”, de Daniel Rodríguez. Hay un tratamiento visual coherente; preocupación por la creación de atmósferas; actuaciones moduladas; una dirección artística que potencia el clima y el sentido de la película. Tiene una secuencia muy lograda: la muerte del personaje de Gianfranco Brero. Es verdad que el relato avanza con temor, que las influencias de Polanski se convierten en una camisa de fuerza (lo que ya ocurría en “El acuarelista”) y que a la película le cuesta radicalizarse en el horror y la desmesura, como ocurre con los modelos mayores del género: el cine de terror asiático, sobre todo el coreano, o el francés llamado “bis”. Pero, a pesar de eso, a Rodríguez se le reconoce su preocupación estilística (que roza la aplicación académica) y el notable empaque de su producción.

No puede decirse lo mismo de “Loco cielo de abril” ni de “La cara del diablo”, que padecen de similares problemas: sacrifican todo en la recreación de los “momentos típicos” –mejor, tópicos- y las escenas infaltables de sus respectivos géneros. Pero faltan los conectores, esos intersticios de gracia, suspenso, intriga o relajamiento que permiten que todo fluya.

Lo que vemos en estas películas son bloques, escenas sueltas, alusiones a esta o a aquélla película, guiños, referencias, pero el conjunto nunca se arma. Es el problema de la trama secundaria de “Loco cielo de abril” (la historia de la “ex”), una línea suelta que lo embrolla todo y da pie a las escenas más defectuosas de la película: las conversaciones entre las amigas.

“La cara del diablo” es un empaquetado antológico de los lugares comunes del “slasher” pero, lástima, no hay mucho más.

Lo mejor de este terror veraniego es haber visto a una buena actriz de cine como Vanessa Saba haciendo serios esfuerzos para convertirse en una Barbara Steele local. Ojalá que encuentre, pronto, a su Mario Bava o a su Riccardo Freda.

Ricardo Bedoya 

 

(1)    Héctor Turco y César Pereira les prestan una atención sistemática en sus respectivos blogs. De otro lado, se preparan dos investigaciones que tratan con amplitud esas y otras películas realizadas en las diversas regiones del país. Es posible que se publiquen el próximo año. Una de ellas, de Emilio Bustamante y Jaime Luna Victoria, se centra exclusivamente en el estudio del cine llamado “regional”.

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