A los 40

 

 

 

“A los 40” y el entorno de su producción

Siguiendo la pauta de “¡Asu mare!”, “A los 40” es el resultado de una estrategia de producción.

En el Perú, eso no se había dado antes (1), al menos con las características que se aprecian en las actividades de Tondero Films, que se pueden resumir, de modo parcial, en los siguientes puntos

1) Los proyectos de las películas se sustentan en estudios de mercado previos.

2) La empresa ofrece un “paquete” anual de producciones que se pre venden a marcas conocidas.

3) En las películas se percibe el uso intensivo del “product placement” (publicidad incorporada, notoria en el campo visual)

4) Los proyectos se afilian a géneros diversos, teniendo a la comedia como la carta que acredita la hechura del “blockbuster” local (2)

5) El plan anual de producción combina proyectos de vocación masiva con otros de perfil medio, así como alguno de alto riesgo económico (que se podrá equilibrar con los resultados económicos rendidos por los otros)

6) Como consecuencia del punto anterior, la empresa apuesta a la rentabilidad, pero también al prestigio que puede otorgarle la figuración internacional de sus películas de perfil “autoral” y los eventuales premios que pudieran obtener en algunos festivales.

7) Se afianza una suerte de “star system” cinematográfico local, liderado, hasta hoy, por Carlos Alcántara (fenómeno que no se veía desde los años treinta, en tiempos de Edmundo Moreau, Carmen Pradillo, Álex Valle y el “Cholo” Revolledo) (3)

8) Las películas deben alcanzar un estándar técnico impecable. Un punto fuerte de “A los 40” es el trabajo de fotografía y posproducción de sonido, a cargo de Fergan Chávez Ferrer y Rosa María Oliart, respectivamente.

8) Ese “sistema de estrellas” permite que los lanzamientos busquen la complicidad y el reconocimiento de los espectadores, mediante “teasers” que llegan con muchos meses de adelanto a la fecha de estreno.

9) Se establece un “nuevo trato” con los exhibidores. El perfil de las películas se asimila a los estándares de la “cultura multiplex”. El creciente número de pantallas en todo el país permite mayores posibilidades de “salida” de exhibición.

10) El estreno de las películas de perfil alto se realiza en “splash”, ocupando entre 200 y 300 pantallas. Box Office Mojo consigna el estreno de “A los 40” en 240 pantallas mientras que su competidora, “El sorprendente hombre araña 2”, ocupó, en su primera semana, 217 pantallas. En sus primeros 4 días de exhibición, la peruana hizo $2,086,404, mientras la segunda logró una recaudación de $1,388,495. (Ver http://www.boxofficemojo.com/intl/peru/?yr=2014&wk=18&p=.htm)

11) Las películas de perfil más comercial no superan los noventa minutos de duración con el fin de facilitar la multiplicación de horarios de proyección, lo que explica la derrota del “hombre araña”, cuyas aventuras se prolongan por 142 minutos.

12) Y aquí viene, tal vez, uno de los rasgos más novedosos, distintivos (y discutibles) de estas producciones destinadas a romper taquillas, a la manera de los “tanques” de Hollywood: la intervención del distribuidor (representante local de algunas “Majors” de los Estados Unidos), con opinión –y, acaso, con voz y voto, a la manera de un súper asesor de marketing- desde las fases iniciales de los proyectos grandes, convertidos así en proyectos negociados con los hombres fuertes del negocio cinematográfico en sus fases finales: la distribución y exhibición.

 

“A los 40”, la película

Se ha dicho que el problema mayor de “A los 40” es que su director, Bruno Ascenzo, teniendo 29 años, se ha involucrado en la tarea imposible de representar enredos y conflictos de cuarentones.

Esa observación puede resultar graciosa o ingeniosa –con un toque burlón-, pero resulta absurda por donde se la mire.

Si fuera así, Orson Welles no hubiera podido pronunciar el famoso “Rosebud”, ni Haneke dirigir “Amor”. Es más, si seguimos esa línea de razonamiento, Manoel de Oliveira, desde la plenitud y la cúspide de sus 105 años, se convierte en el único cineasta capaz de dar cuenta de la amplia gama de las experiencias y sentimientos humanos.

Los problemas, o méritos, de “A los 40” no hay que buscarlos en el DNI del director.

“A los 40” es una comedia en tres tiempos. El primero presenta a los personajes y sus respectivos entornos. Protagonistas son las ex alumnas de un colegio de Chaclacayo. Ellas cumplen 25 años fuera de la escuela y van a celebrarlo.

Esa primera parte tiene las escenas más conseguidas en su realización. Los personajes se preparan para ir a la reunión de reencuentro.  Se suceden las secuencias sueltas. Algunas tienen la brevedad de una viñeta; otras, son sketches con cierto desarrollo. Todas están al servicio del lucimiento de los actores, que calientan motores. Aunque algunos parecen tenerlos ya recalentados, como Johanna San Miguel y Carlos Alcántara, los más conscientes de lo que se espera de ellos -hacer en la pantalla grande lo hecho en la televisión, en tiempos de Pataclaun- y a los que Ascenzo deja a rienda suelta.

Los momentos mejor dirigidos son aquellos que muestran a Johanna San Miguel llevando, a correazo limpio, a Sofía Rocha hacia la fiesta, y el que muestra a la pareja conformada por Alcántara y Katia Condos tratando de estacionar su auto en la puerta del colegio. En ambas escenas se percibe un trabajo con los espacios y los puntos de vista, tratando de hallar soluciones humorísticas que no se limiten a la sucesión mecánica de frases ingeniosas.

El segundo tiempo de la película es el de la reunión colectiva, aunque de eso hay muy poco. La película se presenta como una comedia de “troupe”, de protagonismo coral, pero esa intención pasa a segundo plano casi de inmediato.

Eso tiene una explicación.

Pese a los anuncios de la publicidad y a lo que ocurre en los primeros minutos de la acción, las muchachas cuarentonas no son las protagonistas de esta película. “A los 40” tiene un centro de gravedad oculto, un protagonista no anunciado, una estrella secreta que se descubre sobre la marcha: es Carlos Alcántara.

El pretexto argumental de los “happy brownies”, que devora el protagonista de “¡Asu mare!”, solo es un recurso de pie forzado para que el personaje ronde por todos los círculos femeninos, recorra los espacios del colegio e intervenga a cada momento en las acciones. Sus apariciones son cronometradas, como para que nadie se olvide de que está ahí. La cámara lo sigue en sus gracias y disfuerzos, y el público lo celebra.

El personaje se entromete hasta en los momentos más íntimos, cuando el drama parece apuntarse.

Sin duda, los productores deben haberse planteado preguntas cruciales: ¿Cómo dejar en segundo plano a Carlos Alcántara? ¿Es posible que el hombre que convocó a más de 3 millones de peruanos en “¡Asu mare!” pueda quedar, ahí nomás, como actor secundario, apareciendo unos pocos minutos?

Las respuestas están en la película. El personaje de Alcántara arrima a las chicas de la “promo”, que se limitan a hacer una coreografía con canciones de Pandora y Juan Gabriel. Y se termina la fiesta.

El tercer tiempo de la película es, francamente defectuoso, fallido.

¿Por qué?

Porque todo se resuelve de un modo convencional y previsible. Las reconciliaciones,  amistes y reencuentros se ven llegar desde lejos, hasta que ocurren sin más alternativas ni sorpresas. La canción dedicada al personaje de Katia Condos, chirría.

La comedia, entonces, se disuelve. Solo quedan lecciones de educación sentimental  y familiar.

Curioso: la aleccionadora conclusión de la película alterna la más estricta corrección política (todo lo que ocurre como consecuencia del diálogo entre Condos y Rocha) con un inexplicable conservadurismo: la madre sacrifica su felicidad personal a causa de las demandas de una hija malhumorada e intolerante.

Bruno Ascenzo tiene aciertos aislados como dialoguista, pero no como constructor de historias o como narrador. Aunque sospecho que esta película no es la adecuada para valorar sus verdaderos méritos como director: un proyecto así supone cambios en el camino y presiones diversas.

Lo mejor de “A los 40”: las participaciones ajustadas, sobrias, divertidas, de Wendy Ramos y Gianella Neyra. Y la presencia de Sofía Rocha.

 

Breve

No sé si sea parte del proyecto o un ejercicio consciente -tampoco interesa que lo sea-, pero “A los 40” suscita asociaciones interesantes con otras películas del cine peruano y con una mirada particular sobre ellas.

Por ejemplo, con las visiones ofrecidas de la década de los años ochenta y sus “imágenes funestas”.

Aquí se impone el  revisionismo mondo y lirondo: eran tiempos en los que también se podía soñar y celebrar, al ritmo de Pandora (aunque no se diga que era “de toque a toque”).

Los espacios físicos también lucen “sanados” de cualquier vestigio de horror o dolor: el reducto escolar de Chaclacayo no tiene nada que ver con el acoso que percibía, por ahí cerca, el personaje de Fátima Buntinx en “Las malas intenciones”. Y pese a que, por ahí también, se sitúan lugares de importancia crucial en esa época, desde La Cantuta hasta las “zonas” rojas de la Carretera Central.

Faltaría agregar un punto a los que mencioné en el primer acápite: en los proyectos prima una benevolente amnesia. El pasado aparece exorcizado.

Y hay más, como la asimilación de todos los ingrediente del “pack”, desde el humor hasta la fotogenia de los espacios y actores, al proyecto de la Marca Perú. Pero lo dejo ahí. Son asuntos sobre los que volveré en un texto más largo sobre el cine realizado en el Perú desde 1996 que aparecerá en los próximos meses.

 

Ricardo Bedoya

 

(1)  En los años setenta, bajo otras condiciones legales y económicas, y con herramientas y recursos diferentes, José Zavala Rey de Castro abordó la tarea de producción cinematográfica en el Perú con similar vocación empresarial. Su muerte temprana frustró ese impulso.

(2)  Los productores Charles Pathé y Leon Gaumont, a fines del siglo XIX, en los albores del cine, ya habían percibido que la comedia era el género convocante, el que gusta a todos por igual. Max Linder, una de las primeras “estrellas” cinematográficas, fue el resultado de esa convicción.

(3)   En los años treinta, esas populares figuras provenían del teatro de variedades y de la radio; ahora, el origen es televisivo.

 

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