Las cosas parecen tan naturales ahora. Pero antes del estreno de ¡Asu mare! no lo parecían.
¿Era concebible que a esas alturas una película peruana tuviese una asistencia de tres millones de espectadores? Y que otras, luego, treparan a cifras que unos meses atrás se veían altísimas. El panorama, sin duda, cambió y la producción se ha agitado. Se calcula que a fin de año se estrenarían en salas comerciales alrededor de 25 largometrajes, si no son más. En esas 25, claro, habrá de todo, como ya se puede ver en los últimos estrenos.
No es que se haya superado el desafío de la exhibición comercial. Lo que ha ocurrido a partir de ¡Asu mare! es que se han impuesto (en el sentido de que son más numerosas y son, también, las que más se ven) las películas que apuntan directamente a la taquilla, valiéndose para ello del concurso de actores conocidos, fórmulas potencialmente eficaces y hábiles campañas publicitarias.
Tras ¡Asu mare!, el éxito económico ha acompañado el estreno sucesivo de Cementerio General, El vientre, Loco cielo de abril, La cara del diablo y, la más reciente, A los 40. Entre ellas, la recaudación ha sido mucho más elevada en Cementerio General y A los 40, pero las otras han desbordado los 100,000 espectadores.
Los ingresos de las producciones locales están superando en promedio a los de algunos países vecinos. Incluso, en un hecho sin precedentes, A los 40 ha conseguido más pantallas y horarios que El sorprendente hombre araña 2, con lo que se relativiza la idea de que los exhibidores van a preferir siempre a los blockbusters norteamericanos. Si se trata de utilidades, no importa la procedencia, aunque eso pueda estar inquietando a las grandes distribuidoras.
Por cierto, no hay aún nada firme y no sabemos si estamos frente a una tendencia temporal o si se trata de una avanzada consistente en la línea de una producción sostenida. Se requiere tiempo para calibrar hacia dónde es que vamos y para ver qué es lo que pasa con las otras películas, es decir las que no están hecho sólo (o, en todo caso, principalmente) para ganar plata.
Lo que sí hay que decir de manera muy clara es que ninguna de las películas señaladas es una buena película. Las más rescatables son ¡Asu mare! y El vientre pues, en primer término, están realizadas de un modo más profesional, con un guión articulado y con aciertos de actuación (el “unipersonal” de Carlos Alcántara en ¡Asu mare!) o de ambientación y clima (El vientre). Nada más. Decir, como sostuvo Joel Calero, que ¡Asu mare! es una buena película comercial es un equívoco. Una buena película puede ser comercial o no. Bastardos sin gloria o El caballero de la noche son buenas películas y, además, comerciales. Buenas y notables películas a lo largo de la historia han sido, también, comerciales, con Chaplin o Hitchcock como las figuras más conocidas por el público.
Decir una buena película comercial es o bien el argumento de los dueños del negocio o bien el prejuicio que durante muchos años (y todavía) se manejó en relación al cine de “entretenimiento” opuesto al de “arte”. Que las películas más recientes hagan uso de algunas fórmulas de género no tiene nada de cuestionable en sí mismo, como no tiene nada de cuestionable el que apunten a una audiencia numerosa.
El problema está en el modo en que se hace uso de esas fórmulas, trasladadas ni siquiera mecánicamente que ya sería, si no un mérito, al menos un logro mínimo. No, lo que vemos, por ejemplo, en Cementerio General y en La cara del diablo, son borrones de relatos terroríficos, apenas simulacros bastante precarios de una imaginería fantástica empobrecida, “juegos de miedo” librados a la búsqueda del susto, como en el recorrido por el cementerio en el film realizado en Iquitos.
Las comedias, por su parte, recurren al esquema de la sit-com, más televisiva que fílmica, con todas las complacencias en un humor blando y en las apelaciones sentimentales o nostálgicas. Se salva un poco en A los 40, Carlos Alcántara, que hace gala de un juego corporal y una comicidad de raíz más espontánea que el disforzado ejercicio actoral de los otros intérpretes, que es lo que ocurre también en Loco cielo de abril, y no necesariamente por las limitaciones de esos intérpretes, sino por las pautas de esas modalidades de comedia condescendiente. Bastaría ver cómo la nueva comedia americana (de los hermanos Farrelly a Judd Appatow) elabora las intrigas, modula el timing narrativo y dirige a los actores para hacerse una idea de cómo es que funciona una buena comedia.
Estamos aquí ante otra seria limitación: no se trata de hacer películas de género viendo para tal efecto unas cuantas que puedan servir de modelo. Porque no es una cuestión de transferir así no más. Si algunas cinematografías, como la japonesa, la china o la tailandesa han conseguido crear un cine de horror muy sugestivo y perturbador lo han hecho porque han sabido incorporar componentes y atmósferas propios. Y eso se logra a partir de una asimilación de los mecanismos y de los ambientes que el género recrea. José Carlos Huayhuaca escribió hace más de 20 años un texto titulado “Para hacer cine, ir al cine”, en el que llamaba la atención sobre el escaso interés que la mayor parte de los directores, por irónico que suene, le prestaba a las películas. Ahora habría que frasear el título de un modo algo distinto: “para hacer cine, ver cine” (porque no sólo ve en los cines) y no exclusivamente, como parece ser el caso, en función de lo que se va a realizar inmediatamente.
De hecho, no es factible ni bien encaminado plantearse un cine de género sin conocerlo bien, por más libertades que luego se pueda tomar. Pedro Almodóvar, por ejemplo, cuyas fuentes están en la comedia, el melodrama y la intriga criminal, entre otras, demuestra que el talento es capaz de apropiarse y transformar los insumos genéricos. No es verdad necesariamente, como se podría pensar, que es más fácil una película de género que una película “de autor”. Especialmente, no es más fácil hacer una buena película de género, ya que eso supone gusto por el género, conocimiento y capacidad de adaptarlo o transformarlo a las condiciones de nuestro medio. Habría que preguntarse si es que hay un real interés por el género entre quienes están haciendo comedias o relatos de terror o se trata solamente de aprovechar las posibilidades de filones que tienen éxito potencial en el público local. Me temo que sea esta última la razón que motiva la corriente que se está moviendo en estos últimos tiempos.
El riesgo mayor, que ya estamos apreciando, es el del facilismo. Ante un público poco exigente que se satisface con desempeños actorales más o menos previsibles y con historias simplonas termina imponiéndose la “ley del menor esfuerzo”. Un poco lo que ocurrió, con las diferencias del caso (porque allí nadie escogía el corto que veía) durante los 20 años de vigencia del corto obligatorio en los que predominó el material hecho al peso, por lo que puede suceder, como se está viendo ya, que se imponga de manera más estable un cine de muy bajo nivel expresivo abocado a rendir en la taquilla. Allí está, me parece, el gran desafío que se le presenta en estos tiempos al cine peruano de gran público.
Isaac León Frías
Absurdo lo que postula el articulo. Se sabe que los géneros reproducen la ideología dominante. El cine peruano no puede seguir ese camino.
Sin comentarios al comment de Raul.