“El hijo”, de Florian Zeller: el dolor está cerca. Por Gabriel Quispe Medina.

The Son review – Florian Zeller's frightening tale of teen depression |  Theatre | The Guardian

Eficaz cineasta que adapta sus logradas obras de teatro, el francés Florian Zeller, autor de “El padre” (2020), que le valió a Anthony Hopkins el segundo Oscar de su carrera, ha dirigido en 2022 “El hijo”. Ahí Hopkins vuelve a ser, esta vez brevemente, un padre anciano, en realidad ahora más como abuelo distante, aún consciente de su identidad e influencia en las generaciones posteriores de su familia.

Si la estructura de “El padre” era la cadena de fragmentos de una mente raptada por el Alzheimer que iba devorando la conciencia del protagonista, “El hijo” sugiere que una edad menos avanzada y más lúcida de los hechos puede también sucumbir ante los lazos inciertos y el temblor de una juventud que no encuentra su lugar en el mundo y agrava las dudas de sus antecesores. 

Ambas cintas dialogan notoriamente, cual continuidad o preámbulo cronológico, aunque no sean los mismos personajes pero sí afines, en locaciones frías que limitan y encajonan movimientos de la senectud o adolescencia entendidas como extremos de un largo agobio.
Zeller arma superposiciones geométricas. Peter Miller (Hugh Jackman) es el hijo de antiguo desconcierto que como profesional exitoso siente que lo superó y olvidó y que a su primera esposa dejó por alguien más joven y segura, Beth (Vanessa Kirby), suerte de “hija” mayor y madura que le da una bebe que renueva su felicidad.

El eje del relato es la disputa auténtica del poder. Cada personaje busca dominar la situación desde la convicción y legitimidad de sus nobles sentimientos. Kate, la madre atormentada; Peter en busca del gran salto político y la redención paternal; Nicholas es consciente de que se preocupan por él y juega torpemente hasta cuando es posible; Beth defiende el espacio que ha construido con Peter, que tampoco es muy amplio físicamente, pues la privacidad de la pareja es invadida con facilidad por el joven en ambientes inmediatos y abiertos; y el viejo Anthony esparce su cinismo descarnado ante Peter. Todo el grupo está haciendo política doméstica tratando de imponer condiciones, y es más visible en Peter interna y externamente, que llega a sentir que es la intersección de toda la tensión.

El evidente origen teatral no se oculta y la puesta en escena lo subsume en su propia segura creatividad. En tiempo presente Peter oscila entre la opacidad y el fervor, y en el pasado luce luz auroral fugaz. La mirada de Zeller es desalentadora, pues muestra la debilidad del “éxito” y la “razón” de la adultez y el saber de la salud mental ante el abismo de una herida expuesta pero insondable y sin solución. En un momento borroso la vigilia, el recuerdo, la pesadilla, el deseo y la ilusión se cruzan y confunden en el reflejo torcido de un vidrio despiadado.

Gabriel Quispe Medina

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