Manuel Martínez Carril: una entrega total a la Cinemateca

 

Si hay un nombre que hizo de su vida una entrega sin condiciones al trabajo de una cinemateca, ese es el de Manuel Martínez Carril, que acaba de fallecer en Montevideo a las 76 años. Martínez Carril se inició muy joven como crítico y miembro del Cine Club del Uruguay, uno de los dos más conspicuos cineclubes y no sólo de Montevideo (el otro fue Cine Universitario del Uruguay), pues en ningún país sudamericano (salvo el cine club Gente de Cine, de menor duración, y el cine club Núcleo, ambos de Buenos Aires), estas asociaciones tuvieron el prestigio y la permanencia que alcanzaron en Uruguay. Hasta que Martínez Carril pasó a conducir la Cinemateca Uruguaya, que ya tenía 20 años de vida, en los años 70 y la potenció de tal modo que, con sus varias salas de programación diaria, su archivo fílmico, sus publicaciones y otras actividades, provocó la extinción de los otrora poderosos cine clubes.

Cinemateca Uruguaya fue una asociación privada a la que Martínez se dedicó por completo haciendo una labor de hombre orquesta que no se conoce en ninguna otra parte del mundo. No es que fuera el único, pues hubo un buen equipo en las diferentes instancias de la institución, pero él, además de activar la gestión, era la cabeza de la programación, redactaba notas y comentarios de películas, leía subtítulos de películas silentes, componía equipos de proyección e incluso atornillaba butacas. Es decir, ni el mismísimo Henri Langlois, el factótum de la Cinemateca Francesa llegó a tanto, aunque se le conoce “excesos” como llenar de latas de película la bañera de su casa, cosa que no hubiera hecho Manuel. Hay una película de su compatriota Federico Veiroj, La vida útil, en la que Martínez hace de sí mismo y en la que se le puede ver, ya en una etapa de declinación a causa de su salud, en las múltiples funciones que conjugó en su entrega a la Cinemateca.

El aporte que hizo a la cultura cinematográfica fue sin duda enorme y Martínez Carril es cronológicamente, después del crítico Homero Alsina Thevenet, la figura más valiosa de la cultura fílmica en su país. Pero fue, además, un hombre que, sin buscar protagonismos ni cargos en asociaciones internacionales, como la Coordinadora Latinoamericana de Archivos de Imágenes en Movimiento (CLAIM), contribuyó como nadie a promover el acercamiento y la unión entre todos los archivos y cinematecas de América Latina y apoyó como pocos iniciativas y proyectos aquí y allá sin esperar reconocimientos.

Como ha ocurrido con tantos otros dedicados al trabajo intelectual (y no sólo intelectual, claro) la salud le pasó factura. Ya desde hace algunos años su corazón estaba afectado  por la adicción al tabaco y al café. Fumaba tres paquetes al día y bebía al menos un litro de café. Yo no recuerdo haberlo visto nunca, en los cuarenta años y pico que lo conocía, sin pasar de un cigarrillo a otro casi de inmediato.  Pero, bueno, cada quien es dueño de sus adicciones y ellas no impidieron, sino que acompañaron (aunque minándolo lentamente) la generosa, tenaz e indesmayable actividad de Manolo que, aún fuera de la conducción de la Cinemateca Uruguaya en los últimos años, seguía ligado a ella y bregaba por la recuperación del material fílmico y la difusión no comercial del cine.

¡Cuántos Martínez Carril nos harían falta en la región para potenciar el alcance de las cinematecas y de la cultura cinematográfica!

Isaac León  Frías

 

 

One thought on “Manuel Martínez Carril: una entrega total a la Cinemateca

  1. Querido Chacho. Una nota justa y sentida. Vi hace un tiempo “La vida útil” de Veiroj en el activo y siempre actualizado Cineclub de Lambayeque, organizado por un puñado de chicos cuyo apostolado cinéfilo-social me recuerda la vocación, el desprendimiento, la tenacidad, la alegría y el silencio de gente como Martínez Carril. La película, entrañable, dolorosa a ratos, y su blanco y negro, su sonoridad discreta -casi muda- y el rostro nada glamoroso del actor principal, permitían precisamente conectar casi sentimentalmente con la pureza de la dedicación cinéfila. Sobre las adicciones, que nadie condene a aquellos que nos han entregado, entre vapores y humaredas, sus propias vidas para que seamos más felices y más humanos. Como Julio R. Ribeyro que volvió a fumar con ahínco pese a perder en los 70 el esófago, el duodeno y parte del estómago. Él mismo decía que escribir es un acto complementario al placer de fumar. Pero, claro, escribir era en él conferir palabra, testimonio y memoria a los cientos de seres sin grandeza de las ciudades de todas partes. Ilusión solidaria y sensible. Una batalla por la perennidad de lo humano y sus sueños llevada a cabo por medio de la acción más gráficamente fugaz o evanescente, “encendiéndose con el cigarrillo”. Nuestra gratitud a los pequeños Martínez-Carril del mundo entero.

Agregue un comentario a Víctor H. Palacios Cruz Cancelar respuesta

Su dirección de correo no se hará público. Los campos requeridos están marcados *

*
*
Website