El elefante desaparecido

 

 

El elefante desaparecido es uno de los más exigentes y, a la vez, mejores estrenos peruanos de un año en el que, como se anticipaba, han llegado a las pantallas comerciales un número record de títulos locales.

El segundo largometraje de Javier Fuentes-León supera a Contracorriente, su interesante pero irregular debut fílmico, que ya ofrecía una dimensión fantasmal y ponía en evidencia resonancias marinas. Esos datos se ven enriquecidos ahora en una propuesta muy distinta que apela, en apariencia, a la tradición del relato criminal negro, pero que más bien se asocia al universo de David Lynch para no hacer referencias a obras novelísticas que, como ha apuntado el mismo director, también ponen lo suyo.

El escritor de novelas policiales Edo Celeste, interpretado por Salvador del Solar en una de las más convincentes caracterizaciones que se han visto en el cine local, se ve involucrado en una extraña pesquisa que lo confronta con un pasado traumático marcado por la desaparición de su esposa varios años atrás. El relato va confrontando de dos dimensiones que se entrecruzan sin que esté claro cuáles son sus límites: la de una presunta ‘realidad exterior’ y la del universo ‘imaginario’ creado por el mismo escritor. Relato laberíntico funciona como un poliedro en blanco y negro, como esos que aparecen en las mayólicas y en otros espacios y de manera muy notoria hacia el final. En alguna medida, tal como se ve en la colocación-descolocación de esas láminas con que se cierra la película, el relato va agregando y desagregando informes o capas en la búsqueda de un misterio que no llega a revelarse del todo.

Tal vez la complejidad de un guión muy cargado de pistas y de variaciones puede por ratos hace sentir que el ritmo se atasca un tanto, pero pese a ello el relato va enhebrando no sólo una topografía semialucinatoria en la que los interiores o los exteriores citadinos (aquí justificadamente semidesiertos) como el paisaje de Paracas remiten casi a la imaginería de pintores como Giorgio de Chirico o Paul Delvaux. Sin embargo, y más allá de las diversas claves que se van deslizando, lo que marca a El elefante desaparecido desde el comienzo es la impresión de vacío y soledad que trasmite Edo Celeste y que arrastra en la expresión del rostro y la mirada, y también de la cadencia verbal, hasta que se hace melancólica sin que eso sea tan notorio o evidente. Película sobre la pérdida de límites, y la transferencia de escritor a personaje, la de Fuentes-León es, asimismo, una lacerante visión del desarraigo individual y del sentimiento de pérdida.

Isaac León Frías

 

Agregue un comentario

Su dirección de correo no se hará público. Los campos requeridos están marcados *

*
*
Website