“El descanso”, de los argentinos Ulises Rosell, Andrés Tambornino y Rodrigo Moreno, es un hallazgo. Divertida, original, experimental sin pretensiones de vanguardismo o de marcar un hito en el llamado “nuevo cine argentino”. Luce como un ejercicio de estudiantes que van pasando de un género a otro y saben encontrar el giro humorístico y disparatado a las situaciones: hasta las más banales encuentran un costado ridículo o delirante.
Dos porteños tratan de reflotar un hotel fastuoso y abandonado que está en medio del campo. Pero se enfrentan a intereses económicos que buscan frustrar el empeño.
Lo que comienza como película de carretera se convierte de pronto en comedia absurda. Un personaje peruano que cita a Vallejo y canta el Himno Nacional cumple un papel hilarante mientras los espacios tenebrosos del hotel le dan un aire fantástico a la aventura.
El humor está basado en la torpeza de los emprendedores –que siguen el modelo del hombre racional que contrasta con el carácter iluso o lunático de su compañero- y en la mezcla extravagante de los personajes que se entrecruzan en la trama. Desde empresarios mafiosos hasta dos modelos que desatan el deseo masculino, más el peruano de dichos anacrónicos y una mucama felliniana.
Y, de pronto, una balacera recuerda el filme criminal y, más tarde, una suerte de sicario embrutecido da una vuelta de tuerca a todo lo que hemos visto. “El descanso” contradice su título: es un pequeño caos, un delirio controlado.
Ricardo Bedoya