Cementerio general 2

Cementerio general 2 apunta al susto más que al terror.

¿Y cuál es la diferencia?

El terror es la sensación que una película crea progresivamente. Es una atmósfera que se construye, un misterio que acecha, una presencia que se va revelando. El terror inquieta.

El susto es distinto. Asusta un sacudón repentino, un golpe de sonido, un espantajo que aparece de pronto. La película nos hace ¡BU! y pegamos un brinco.  Es la misma diferencia que existe entre el suspenso y la sorpresa, tan bien descrita por Hitchcock en su conversación con Truffaut.

Los veinte primeros minutos de Cementerio General 2 pretenden crear un clima de terror con los recorridos del silencioso niño por el departamento “habitado”. Pero todo se desmorona cuando el misterio requiere justificarse y hallar un sustento narrativo.  Entonces, “Cementerio general 2” hace ¡BU! a cada rato.  Y cada uno de sus remezones viene con condimento sonoro incluido. Un golpe musical estruendoso nos recuerda que estamos embarcados en algo parecido a la trayectoria de un tren fantasma de feria.  A la enésima repetición del ensordecedor efecto, el susto se convierten rutina.

Mientras tanto, se desarrolla una extravagante historia de satanistas limeños encapuchados. Del susto pasamos a la comedia de situaciones.

Se dice que esta película está “mejor hecha” que “Cementerio general”: que se ha producido con esmero, corrección técnica y  que se ajusta a los estándares del cine de miedo de clase B. Sí, es verdad.

Pero eso no la hace mejor.  La secuencia de la niña poseída caminando por encima de los cuarteles del cementerio general de Iquitos tenía más “clima” de terror que esta secuela. Y con todas sus “imperfecciones” técnicas resultaba más auténtica y menos encorsetada por la necesidad de aplicar algún manual  para guionistas del cine de terror.

Ricardo Bedoya

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