Una tendencia “chic” del cine latinoamericano de hoy: asimilar el exotismo que, antes, era prerrogativa de otros, venidos de lejos.

Ambientación rural en un ambiente de “finis terrae”; campesinos grabados como piezas de artesanía, impenetrables en su alteridad; alusiones a la desigualdad social y a la injusticia institucional que se espolvorean por aquí y por ahí; laborioso anclaje con una “realidad” documental que llega en las “letras” enviadas por Alberto Patishtán, injustamente acusado de asesinar policías; evocación de un paraíso perdido natural, anterior a todos los conflictos; lánguida belleza del bosque que recorre una cámara ingrávida que por ratos se cree Kalatazov y, en otros ratos, se jura Reygadas; planos secuencias con la cámara móvil que se dirigen al país de “Nunca Jamás”; ángulos picados, profundidades de campo virtuosas, trávelin con la cámara invertida, sonoridades “telúricas”: pirotecnia que quiere deslumbrar, o que atosiga. Todo eso encontramos en “Las letras”.

Ricardo Bedoya