“Minotauro”, del mexicano Nicolás Pereda, se sofoca en su retórica de observación. Tres personajes encerrados en una habitación se comunican a través de lecturas, citas literarias y monosílabas. La cámara, más bien impasible, convierte cada gesto en una suerte de acto desesperado de soledad. Hasta el dormir o el no hacer nada –descansar de “las fatigas del reposo”, dice un personaje- resultan acciones que buscan significar la “noia”, el hartazgo o el malestar existencial. Los personajes, reconcentrados, algo zombis, parecen llevar silicios de mortificación en algún lugar oculto del cuerpo.
Mientras desmonta cualquier asomo de progresión narrativa o dramática, la película se complace en la precisión de sus encuadres en formato ancho y de los matices de la clave baja de su fotografía, sobre todo en los últimos minutos. Es el único placer que se da de tan laborioso que resulta su rigorismo o puritanismo formal.
Ricardo Bedoya