La noche americana, hoy

                            

Veo “La noche americana” en una clase de historia del cine. En 1973, Truffaut hacía el elogio del modelo cinematográfico que la “Nueva Ola” había arrinconado: el cine tradicional de estudios; de “estrellas” llegadas de Hollywood;  de actores “has been” que se amaron y besaron en las películas de los cuarenta; de directores profesionales más que de inspirados autores; de los rodajes con muchos técnicos y figurantes; de productores patriarcales que buscaban tenerlo todo bajo control; de los filtros fotográficos capaces de crear la ilusión de la noche por el día. Homenaje al cine que lo educó en su infancia, y a la maquinaria que no tiene atascos y avanza “como un tren en la noche”. Y la dedicatoria iba para Lillian y Dorothy Gish, las hermanas que vieron la partida de ese tren. 
 
Han pasado cuarenta años desde entonces. Truffaut ya no está y la película amplía sus sentidos.
 
Sigue siendo el tributo a las gentes del cine y a un modo de filmar, pero también es el réquiem por unos equipos y unas técnicas que, tal vez, Truffaut creyó perdurables, pero que hoy están en vías de extinción.
 
Homenaje a la cámara Panavision y al negativo fotoquímico que se impresiona en cada toma; a las moviolas y a las pericias del montador; a las huellas de la banda óptica de sonido; a las escenografías de cartón piedra; a la película positivada corriendo por el visor; a los descartes físicos; a la materialidad de los soportes que se tocaban y olían; a la destreza artesanal de los operadores de las máquinas cinematográficas.
 
“La noche americana” celebraba al grupo humano realizando una película, al cine como arte colectivo y construcción hecha por varias manos y talentos. Hoy, el cine también puede ser el trabajo solitario de alguien que se graba frente a un espejo.  
 
Ricardo Bedoya
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