“Joy: el nombre del éxito” parece contener varias películas en una sola. O varios relatos que se entremezclan.
El primero es un cuento de emprendimiento y de éxito. El segundo traza el retrato de una familia disfuncional y bulliciosa, de origen italoamericano. El tercero narra una fábula sobre el logro del sueño americano. Un cuarto nos describe las relaciones de confianza y protección entre una nieta y su abuela, convertida en hada madrina.
Pero “Joy” es también un vehículo al servicio de su actriz principal, la magnífica Jennifer Lawrence. Ella encarna a una inventora de productos para el hogar que pasa las de caín para demostrar la calidad de su producto, un trapeador muy singular, e imponerse en el mercado En tiempos del inicio de la era de las ventas masivas por televisión. A diferencia de lo que ocurre con otras estrellas de moda, uno puede creer en Jennifer Lawrence, actriz de fibra, haciendo de chica trabajadora, luego desocupada, estrella televisiva del “llame ya”, y triunfadora.
Hay muchas historias en Joy. Demasiadas. Y todas proliferan, se mezclan y alternan con desorden. Al director David O. Russell le gencanta el ruido y acentúa el bullicio, convencido de que la abundancia es siempre preferible. Pero aquí, el exceso no suma.
Ricardo Bedoya